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La Iglesia y el ramadán

Hace unas semanas el ayuntamiento de Jumilla, un poblado en la comunidad autónoma española de Murcia, decidió prohibir el uso de las instalaciones deportivas públicas para cualquier actividad de índole religiosa, a menos que fuera organizada por las autoridades locales. También prohibió hacerlo en la vía pública.

Los propios promotores de la iniciativa reconocieron públicamente que el objeto de la prohibición era impedir que los musulmanes celebraran públicamente el ramadán en esa localidad.

La reacción de las asociaciones musulmanas y de los partidos de izquierda y centro izquierda no se hizo esperar, pero los musulmanes recibieron apoyo de una dirección que sorprendió a algunos.

La Conferencia Episcopal Española se pronunció rotundamente en rechazo de la decisión de las autoridades de Jumilla.

Dijo en un comunicado que la Constitución española y los tratados internacionales de derechos humanos de los cuales España es signataria garantizan el derecho a la libertad de cultos y que, por tanto, -y cito-: “[la] limitación de estos derechos atenta contra los derechos fundamentales de cualquier ser humano, y no afecta solo a un grupo religioso, sino a todas las confesiones religiosas y también a los no creyentes.

Hacer estás restricciones por motivos religiosos es una discriminación que no puede darse en sociedades democráticas”.

A algunos podría extrañarles que, siendo su confesión religiosa la ostensiblemente beneficiada por la supresión del islam, los obispos españoles decidieran apoyar a los musulmanes y criticar la decisión tomada en Jumilla.

Pero en realidad, es un acto de suprema coherencia. Los obispos saben que cuando el Estado decide limitar los derechos de algunos, en realidad lo que hace es reivindicar su capacidad para limitar los derechos de todos.

La Historia está repleta de ejemplos de personas o grupos que apoyaron la vulneración de los derechos de otros, sin darse cuenta de que al hacerlo —tal y como señaló Martin Niemoeller en primera persona— se están quedando sin nadie que proteste cuando la desgracia acuda por ellos.

Si hay algo que debe unirnos en nuestras diferencias es la consciencia de que el abuso contra el que es distinto no es más que el preludio del abuso contra nosotros mismos.

Esto es lo que entendieron los obispos españoles y que debe servirnos de punto de encuentro a todos sin excepción.

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