Qué cierto es que el miedo a lo desconocido muchas veces nos hace perder oportunidades. Siempre me he considerado una persona que va de cara y acepta los retos, pero con el tiempo me he vuelto más precavida y, por qué no aceptarlo, más cómoda y segura entre aquello que conozco que frente a lo nuevo.
Un ejemplo muy claro es la inteligencia artificial (IA). Por mucho tiempo, me había negado a incorporarla a mi vida, alegando que mi cerebro todavía es capaz de generar ideas y acciones sin necesidad de una inteligencia hecha por la tecnología. Me decía a mí misma que lo único que iba a lograr era que mi mente dejara de producir adecuadamente.
Ahora me suena no sólo a excusa, sino a miedo de entrar en algo totalmente desconocido a una edad en la que ya las cosas no se aprenden como antes. Pero lo he hecho y la verdad es que estoy completamente fascinada por las posibilidades que la IA me ha abierto.
Estoy totalmente convencida de que la clave no es que sustituya a mi cerebro; más bien, lo pone a pensar de otra manera.
La máquina lo que hace es ordenar y estructurar de manera más veloz, aunque nada logra si yo no le digo realmente qué y cómo lo quiero. Lo demás es inventar.
Mi caso con la IA es una muestra de que en ocasiones nos cerramos puertas con excusas que no tienen más que el trasfondo del temor a no dar la talla, de no ser capaces de entender o manejar eso desconocido.
Y pueden pasar dos cosas: que se convierta, como me ha pasado a mí con la IA, en tu nueva mejor herramienta o que al final no sea lo que necesites y pases a lo siguiente. Pero sólo lo sabrás de una manera: intentándolo.