La haine

La haine

La haine

Nassef Perdomo Cordero, abogado.

Dicen que, en la segunda oportunidad, la realidad imita la ficción. Puede ser, pero lo cierto es que la mejor ficción es la que imita la realidad. Tiene la capacidad de explicarla prescindiendo de factores inciertos o sobrantes. Digamos que la buena ficción es capaz de separar muy bien el trigo de la cizaña.

Por eso, las manifestaciones en Francia, y las explicaciones que algunos quieren darles, me ha recordado la película “La haine” (El odio) de Mathieu Kassovitz. Narra la historia de tres jóvenes marginados de los banlieues de París. Los tres viven atrapados en el gueto social que Francia les reserva por razones distintas, aunque similares.

Uno es negro, el segundo judío y el tercero de origen magrebí. Todos franceses y pretendidos beneficiarios de la apertura defendida por la idea republicana, pero su realidad es otra.

La historia, que es tristísima y desesperante, es la de muchos jóvenes que son franceses, pero no consiguen ser aceptados en su propio país y son sujetos de violencia policial. Salvando las diferencias, la película ayuda a entender la explosión de ira que sufre Francia luego de la muerte de un joven de ascendencia magrebí a manos de la policía.

Muchos han querido decir que es la consecuencia de la inmigración, pero resulta que la inmensa mayoría de los arrestados son jóvenes de ascendencia africana (incluyendo magrebí) de tercera y cuarta generación. Es decir, son franceses hijos de franceses. La edad media es de 17 años.

El multiculturalismo no es el problema, sino la sensación de esos jóvenes de no tener futuro. A esto se suma un ejercicio crecientemente irresponsable de políticos de extrema derecha y extrema izquierda que apuestan a la disolución del régimen político para pescar en río revuelto.

Y es ahí, y no en el supuesto peligro del multiculturalismo que podemos encontrar lecciones útiles. La juventud dominicana está desatendida, la mayoría vive excluida de las oportunidades que otros damos por sentadas. El peligro para la estabilidad en nuestro país no es el fantasma externo, sino que nuestros jóvenes terminen convenciéndose de que no les importan al resto de la sociedad, que sólo los queremos para que sirvan a otros. La falta de oportunidades es enemiga de la paz social. Hay que asumirlo.



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