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La fuga de Homero Hernández

Rafael Chaljub Mejía Por Rafael Chaljub Mejía
La fuga de Homero Hernández
📷 Rafael Chaljub Mejìa

Historia. Enero 1964. Homero Hernández era un muchacho inquieto y comunicativo al que no le gustaba la soledad. Pero en la celda que compartíamos en La Victoria, lo notaba retraído, casi sin levantarse del camastro, sin afeitarse, despeinado.

Hijo de Nando Hernández, “el general de las cañas”, aquel legendario sindicalista que junto a Mauricio Báez organizó las grandes huelgas de los años cuarenta en varios centrales azucareros del Este.

Conocí a Homero en los días previos a la insurrección guerrillera del 28 de noviembre de 1963, estuvimos en el mismo frente y desde el principio hicimos una relación muy buena.

Le pregunté la causa de su actitud. “Es que estoy pensando en fugarme y no quiero exhibirme mucho”. Me dijo que el día de la fuga se afeitaría, se peinaría y haría otras cosas para cambiar de aspecto.

Que desde la calle planearía las fugas respectivas de Reyes Saldaña, guía de nuestro frente guerrillero y también la mía, para que con unos cuantos campesinos más volviéramos a las montañas del Nordeste como un pequeño destacamento guerrillero inatrapable.

El día de la fuga salió muy bien vestido, pantalón oscuro, una camisa verde limón manga larga y unos lentes que parecían recetados. “Adiós les dije, muchachos”, fue su expresión al despedirse de los pocos compañeros que estábamos cerca de la puerta de salida hacia la casa de guardia.

Todavía en ese entonces permitían que los hombres se retiraran antes del fin de la visita y de contar los presos en sus respectivas celdas.

Eso hizo Homero, en los controles presentó la documentación preparada e introducida en la cárcel por los compañeros del Buró Militar del Catorce de Junio, pasó desapercibido y abordó el vehículo que lo esperaba.

A golpe de valor y sangre fría rompió Homero Hernández el mito de que aquella cárcel construida por Trujillo era “a prueba de fuga”.

Al rato la Policía invadió nuestra celda. Nosotros de cara a la pared. A registrar bulto por bulto, mosaico por mosaico. A las seis de la mañana del día siguiente llegó un alto oficial con su tropa. Muy agresivo. “Ustedes son cómplices y tienen que decirme todo lo que saben sobre esto”.

Rafael Cruz Peralta, antiguo comandante de nuestro frente, se plantó: “No señor, hablen ustedes. Aquí desde ayer falta un compañero y ustedes deben explicarnos lo que han hecho con él”.

El oficial se fue casi enseguida y desde entonces nadie más volvió a interrogarnos sobre el caso.

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Rafael Chaljub Mejía

Columnista de El Día. Dirigente político y escritor.

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