Resulta inocultable que a escala planetaria se ha registrado una tendencia sostenida del crecimiento de la producción agrícola relevante, en las últimas tres décadas, superando ampliamente el crecimiento poblacional y la demanda en América Latina. No obstante, la seguridad alimentaria y nutricional continúa siendo una preocupación porque cada vez el precio de los insumos resulta mucho más costosos.
Por tales razones, se podría afirmar que, en América Latina, el hambre no es un problema de producción, sino de acceso a los alimentos, lo que induce a sostener que la seguridad alimentaria está íntimamente relacionada con la superación de la pobreza y la
desigualdad. También, se incluyen los ingresos como variable que influye en el precio de los alimentos, porque afecta directamente el poder adquisitivo de la familia para mitigar así la desigualdad y el hambre.
En América Latina, el flagelo del hambre se ha convertido en el principal malestar que perturba la calidad de vida de las personas; pero, a su vez, ha cuestionado los efectos del crecimiento económico, el cual no refleja la inclusión, aspirada por los estudiosos de la economía. Pero es que se ha tornado como una tragedia el que el hambre continúe aumentando de una forma sorprendente en la región, en el entendido de que resulta desconcertante las cifras de que 43.5 millones de latinoamericanos estaban subalimentados previo a la pandemia.
El hambre como flagelo es un fenómeno que tiene su explicación económica, social, política y de derechos humanos; por tanto, lo que ha ocurrido en la región latinoamericana afecta la calidad de vida y pone en tela de juicio el progreso económico que se ha propagado. Es en ese contexto que se ha sostenido, frecuentemente, que el fracaso que ha experimentado el sistema economico en América Latina para mejorar el bienestar de las poblaciones ya que no satisface los verdaderos principios del bienestar de las gentes.
En América Latina, el hambre no detiene su crecimiento y la contracción del PIB, fruto de la crisis sanitaria, se tradujo en un incremento del desempleo, afectando de manera directa los ingresos más bajos, lo que se ha agravado por el hecho de que a los 175 millones de pobres antes de la pandemia, se incorporaron 22 millones de nuevos pobres en el 2020 y en el primer semestre del 2021 han ingresado 13,5 millones.
En el contexto de la pandemia, el impacto de esta se evidencia en que la clase media ha registrado una contracción de 39,5% de la población, la clase más vulnerable creció a 39,5%, en tanto, que la pobreza se ha expandido un 23,8% de la población en toda la región.
Aunque literalmente no existe una crisis alimentaria en América Latina, pero el temor al hambre parece ser mucho mayor que al Covid-19, fruto de que muchos gobiernos han desintegrado los programas sociales, lo que en la practica se traduce en una desprotección social por la eliminación de los subsidios. Situación que ha significado una verdadera tragedia, como resultado de la pérdida de empleo, los precios de los alimentos cada vez más caros en los mercados, una exclusión brutal en el mercado laboral, acelerado por el cierre de mas de 2,7 millones de empresas en toda latinoamericana.
A la luz de la verdad, América latina se ha convertido en la tercera parte a escala planetaria que ha sido más afectada por el COVID-19, representando más de 19,7 millones de casos demostrados. En adicion, la inseguridad alimentaria severa ha superado los 10 millones registrados en el 2020, es decir, 3,4 millones de personas más de lo que se cuantificaron en el 2019.
Las estimaciones más conservadoras conciben que América Latina crecerá por el orden de 5,2% para final del 2021, pero retrocederá a 2,9% en el 2022, evidenciándose un alto grado de vulnerabilidad de la economía. En virtud de que la economía de la región sufrió una fuerte contracción de -6,8% en el 2020, entonces, la fiesta de los números no es un optimista en el contexto de una recuperación tan frágil como la que se transita, con baja inversión.