La historia no es cuestión exclusiva del pasado. De cómo nos sea enseñada, explicada la historia va a depender la teoría del presente y futuro de una generación de individuos, incluso, de un pueblo.
Teoría equivale a manera de interpretar los hechos pasados y de gestionar los acontecimientos del presente y el porvenir.
En su espacio, por supuesto, entran en juego las ideologías y la filosofía de la historia. Además, se abren su propio nicho en la concepción de la historia, en función de los intereses económicos, políticos y sociales, epifenómenos como la distorsión, instrumentación, despojo, manipulación y el escamoteo de los hechos históricos, su escritura y su explicación o enseñanza.
Acerca de aquellos y otros asuntos de relevante importancia en la disciplina histórica, en tanto que ámbito de las ciencias sociales, y fundamento para la construcción, individual o colectiva, de una teoría de la sociedad, trata un libro exquisito publicado por el historiador, académico y catedrático Frank Moya Pons, bajo el título de “La explicación histórica” (Búho, 2021), en el marco de la colección editorial de la Academia Dominicana de la Historia.
En sus páginas, de forma sencilla, nada sentenciosa ni académica y con un estilo de singular calidez en la conexión con el lector, su autor, que la considera una “modestísima obra”, levanta todo un andamiaje acerca del oficio del historiador.
Se autodefine como un “obrero intelectual” que, sin desdeño, aunque con cierto dejo de sospecha frente a los filósofos, en especial de la historia, se aleja ex profeso de las reflexiones filosóficas, para hacer de los documentos la materia prima por excelencia de la narración histórica.
Nietzsche proclamó que la filosofía se hacía a martillazos. También Moya Pons sustenta que hay que martillar esa materia prima para hacer de la historia un camino hacia la comprensión del funcionamiento de las sociedades humanas.
La complejidad sine qua non de la disciplina histórica y su explicación estriba en que ella estudia algo que ya no es, algo que pasó, y consecuentemente, tiene que ser reconstruido; vale decir, narrado o reescrito.
De ahí la limitación, lo incompleta o inacabada, cuando no fragmentada y también ficticia que puede resultar la explicación histórica. La historia jamás se repite, como tampoco es posible su reconstrucción cabal.
Porque los hechos, aun instalados en el pasado, “son esencialmente dinámicos y su ocurrencia está sujeta a una multicausalidad imposible de aprehender en su totalidad” (21). El pasado no es algo cósico, fosilizado, inamovible.
El oficio del historiador exige de una manifestación dinámica del pasado, en la medida en que debe ser asumido como un proceso evolutivo, susceptible de cambio, como materia del devenir. “La comprensión del cambio social pasado es hacia lo que atiende el historiador” (35).
Frank Moya Pons, autor de más de una treintena de obras relacionadas con su oficio de historiador, con título de doctor por la Universidad de Columbia en Nueva York, tiene la convicción de que todo es historia (lo hecho, pensado, recordado y dicho) y de que no hay azar o casualidad en ella, sino causalidad.
Él, que confiesa haberse quemado en el curso de historia dominicana que tomó en la secundaria, haciendo de ella luego su pasión intelectual, imprime a la historiografía una dimensión transformadora, que descansa en ver el pasado como una entidad dinámica (no como un museo o memoria estáticos), a los grupos humanos como los gestores de los hechos y a la realidad como una sustancia inagotable, como un surtidor de acontecimientos.
La historia tiene su propio espacio e interactúa, sin perderlo, con la filosofía, la literatura y las demás ciencias humanas. Es materia del pasado y del porvenir.