
Con frecuencia la cotidianidad se transforma en un mar de acontecimientos inusuales, muchas veces desconcertantes, que nos susurran al oído, con absoluta frialdad, que no es nuestro el control y que apenas somos una ficha solitaria, dejada de lado, en ese impredecible y extraño tablero de ajedrez que es la vida…
Que la sorpresa, el asombro y particularmente la tragedia, permanecen al acecho indeclinable, y que, tarde que temprano, nos asestarán golpes tan ásperos que nos impedirán ponernos de pie, impedidos de recuperar nuestra entereza sabrá Dios por cuánto tiempo…
Cierro los ojos y observo, en el devenir de los días, con devastadora tristeza, a personas que desempeñaron un relevante papel en nuestras vidas.
Todos ellos recorrieron, siempre con desagradables tropiezos, un periplo existencial complejo, difícil, donde el dolor, la enfermedad, las desavenencias y el desconcierto hicieron acto de presencia, para asestarles golpes tan devastadores que quizás resquebrajaron de manera muy amarga toda su existencia.
Debo mencionar, con insoslayable respeto a mi propia familia como evidencia de que nadie está al margen de este periplo oscuro que, en cualquier momento o circunstancia, puede asestarnos golpes tan terribles capaces de arrojarnos con violencia a la tierra, en un estado de dolor y desconcierto que uno nunca le desearía a nadie.
Mis padres desaparecieron de nuestra vida de una forma tan abrupta como inesperada. Un día, tras permanecer a nuestro lado por prolongados años, sencillamente partieron. No fue una partida memorable que uno recordaría con la resignación de lo inevitable. Todo lo contrario.
En algunos casos no estaba en el país y las noticias me alcanzaron en tierras extrañas, tan lejanas como imposibles. Mi madre Aurelia, a la que recuerdo con indeclinable tristeza, concluyó su periplo existencial agobiada por una enfermedad que le robó la paz y el sosiego en todos y cada uno de los días finales de su atribulada existencia.
Mi padre era un hombre fuerte y enérgico hasta que, por la fuerza de los años, empezó a declinar agobiado por una enfermedad tras otra, que lo arrastraron, de manera poco amable, a sus días finales. Recuerdo con devastadora tristeza a dos de mis hermanas, que fueron víctimas de ámbitos médicos complejos; una falleció tras haber sido tratada en una sala de operaciones contaminada, en tanto que otra terminó sus días en un centro médico de Miami tras ser operada de un problema de tiroides.
Mi hermano Pablo, una persona de inteligencia luminosa, se dejó arrastrar a situaciones impredecibles y terminó sus días en un ámbito de crimen pasional del cual nunca nos podremos recuperar.
Mi hermana Zoila dejó de existir tras los muchos sufrimientos provocados por una terrible enfermedad que le robó la paz y el sosiego por largos y extenuantes meses de amargura y sufrimiento.
La vida está colmada de interrogantes e impredecibles. Miro hacia atrás y me reencuentro con todos y cada uno de sus rostros y sus vidas tan desbordadas de tribulaciones. Pienso en los versos de Machado, que nos canta Serrat con su voz amable: “Todo pasa y todo queda/pero lo nuestro es pasar/pasar haciendo camino/ camino sobre la mar…”.