En las últimas dos décadas, se han producido acontecimientos económicos y políticos que han transformado el entorno internacional y que han impactado en las diferentes economías y en el ambiente político doméstico, razón por la que ha surgido un amplio consenso en torno a la importancia de las instituciones y la capacidad de los estados para proporcionar bienes públicos indispensables como determinantes esenciales del crecimiento económico. El énfasis en las políticas económicas, que caracterizaron gran parte de las décadas de los ochenta y noventa, ha dado paso a una mayor apreciación del hecho de que las políticas deben ejecutarse dentro del marco institucional apropiado, aunque en el caso de América Latina, la debilidad institucional y el fracaso de algunos gobiernos ha creado un ambiente adverso al progreso de cada nación.
En ese contexto, hay que interpretar que la situación internacional de la segunda década del siglo XXI viene caracterizándose no solo por la crisis económica, sino también por el auge de lo que se conoce como geoeconomía, o espacios económicos comerciales entre naciones. Pero es que la defensa de los intereses comerciales, energéticos y también institucionales y culturales, define hoy las prioridades de las agendas políticas, configurando una suerte de rivalidad económica internacional en la que no todos los Estados asumen las mismas reglas, se trata de un hecho fehaciente, a la espera de que el proceso de apertura social y económica se logre a escala global.
En los países desarrollados, está en juego la posibilidad de preservar una vida en común; en tanto que la desigualdad social en países de economías emergentes, como los de América Latina, no debe ser abordada con la mirada que actualmente prevalece en Europa. En el caso europeo y también en el anglosajón, el crecimiento reciente de la desigualdad implica una verdadera contrarrevolución que marca una clara ruptura con lo ocurrido durante el siglo XX, cuando se desarrollaron los estados de bienestar que impulsaron un movimiento continuo de reducción de las desigualdades.
Pero es que, en América Latina, la desigualdad es una vieja y persistente herencia histórica, que exige otra tarea: construir versiones regionales del Estado de bienestar, ya que en la región no tiene sentido hablar del retroceso de la ciudadanía social frente a la ciudadanía política, sino de una democracia deteriorada, donde la segunda parece haberse consolidado, pero no así la primera. Se trata de un mundo donde la democracia no ha logrado minar las desigualdades heredadas, que aún son un destino inexorable para numerosos grupos sociales.
Para que se tenga una idea mas precisa de lo que ocurre en América latina solo hay que fijar la mirada en las cifras de que en el 2020 la tasa de desocupación regional superó 35,2%, el índice de desigualdad superó 55,9%, en tanto que la pobreza se expandió de 185 millones a 224 millones, algo alarmante para una población total de 620 millones de habitante. En adición, las perturbaciones derivadas de la pandemia provocaron una contracción de la actividad económica en 7,7%, la desocupación laboral arrojó 30 millones de personas, mientras que más 23 millones, han sido excluido del mercado laboral.
La situación actual por la que atraviesa la región de América latina no tiene precedente en la historia económica contemporánea de la misma, pues se trata de que esta ha sufrido una brutal contracción del Producto Interno Bruto (PIB) de manera general. Se trata de que las economías más dinámicas e influyentes de la región se desplomaron a niveles impensables como son los casos de Argentina, Brasil, México, Colombia, Perú, Panamá, Chile, Ecuador, Venezuela y la República Dominicana cayeron a tal nivel que colocarse a los niveles del 2019 será posible al 2023.
El impacto del Covid19 ha colocado a América latina en crisis compleja cuya expresión más evidente es como se ha profundizado el deterioro de la situación económica de tal magnitud que el efecto de la pandemia se ha convertido en una estrepitosa contracción de todos los componentes de la demanda agregada. Es en tales circunstancias que se llega a la triste y decepcionante conclusión que la región de América latina ha sido la mas golpeada a escala planetaria lo cual se puede comprobar con los diferentes indicadores sanitarios, económicos, sociales y de desigualdad, que esta exhibe y que su mayor expresión es que esta aporta el 31,2% de la tasa de letalidad global.