En las discusiones de un posible Pacto Fiscal ha salido a la luz pública la incapacidad del Estado de cumplir con todas las obligaciones presupuestarias fijadas por medio de diferentes legislaciones. Tal es el caso del tan cacareado 4 % del Producto Interno Bruto (PIB) destinados a la educación.
Y ese porcentaje lleva a la siguiente pregunta: ¿cuán efectivas y pertinentes han sido las enormes cantidades de recursos dedicados a la enseñanza en los últimos años?
Si bien es cierto que con ellos se ha invertido en infraestructuras, tanda extendida, mejoras salariales para los maestros y una alimentación básica escolar, también es cierto que en nada ha contribuido a mejorar el nivel de conocimientos y destrezas. Esto incluye, por supuesto, las capacidades y destrezas de los mismos profesores.
Esta realidad choca de frente con las aspiraciones que todos tenemos de lograr un mayor nivel de desarrollo, sobre todo frente a un mundo cada vez más orientado a la tecnología y menos enfocado a la mano de obra pura y dura. Es menester preguntarnos si aspiramos a más mano de obra para industrias como las zonas francas, (per se nada malo por cuanto su capacidad de absorber desocupados) o si por el contrario lo que deseamos es ser actores en un mundo cada vez más digitalizado.
Por ello, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) planteó la interrogante: ¿es posible formar el talento del futuro con la educación del pasado? A ello se le puede añadir si no es necesario también enfrentar las enormes desigualdades entre muchos de los sistemas educativos del país. ¿Podemos avanzar como nación donde nuestros bachilleres adolecen tanto de formación en matemáticas, ciencias, lengua y lógica?
Estas son interrogantes que requieren respuestas y acciones remediales urgentes si aspiramos a que la educación sea realmente un pilar del desarrollo tan deseado y requerido por una nación que de momento se ocupa más en números de graduados que producir un capital humano capacitado para los retos del hoy y del mañana.