A los músicos se les enseña que las discordancias son útiles. Rompen con una secuencia armónica que de otra manera podría volverse monótona.
Se les enseña dónde están y para qué sirven.
En la política también existen, pero en este campo pueden llegar a ser contraproducentes si la recurrencia es tan alta que se vuelve la norma.
Un buen ejemplo de inarmonía política lo encontramos entre el presidente Luis Abinader y un sector de la administración, digamos que de los planos medios y bajos, que no ha dejado de causarle dificultades desde su inauguración hace ya más de un año.
Empeñado en la honradez y la transparencia, el presidente no ha limitado estos valores a la prédica en su partido y ante los funcionarios de todos los niveles, sino que la comparte con la opinión pública cada vez que encuentra la ocasión.
Esto, sin embargo, no le ha evitado el trago amargo de tener que emitir un decreto para cancelar a un amigo al que no ha estado dispuesto a servirle de cortina.
“Tengo amigos, no cómplices”, han sido sus palabras en relación con los escándalos de funcionarios que, desde luego, han dejado de serlo.
En otra parte de esta edición de EL DÍA una nota recoge una lista, no sabemos si exhaustiva, de los más sonados casos de funcionarios a los que se les ha separado de los puestos y en algunos casos han ido a dar ante la justicia.
No hablaremos de la culpabilidad o la inocencia, que es materia judicial. Nos interesan como demostración de discordancia política.
Sus maneras rompen con la armonía a la que aspira el director de la orquesta, que al parecer tendrá que investigar mejor a sus amigos.