Entre varios destinos distintos que mis obligaciones me han llevado en las últimas semanas, uno fue la visita a Bogotá, Colombia, ciudad de clima primaveral y gente culta.
Pero la sorpresa que recibimos en el mismo aeropuerto al efectuar un canje de moneda fue descubrir que en apenas un año la tasa cambiara se ha deslizado de 1,800 pesos colombianos por dólar norteamericano a 2,800 pesos, una devaluación de un 56%, la cual ha ocurrido de manera más acentuada en los últimos meses.
Una de las principales razones de esta brusca devaluación ha sido la caída en los precios del petróleo.
El precio del barril WTI, referente para Estados Unidos y su zona de influencia, ha caído por debajo de los 50 dólares. Ha de tomarse en cuenta que el petróleo representa el 16% de los ingresos fiscales de Colombia, y cerca del 50% del valor de todas sus exportaciones.
Nuestras indagaciones dieron por resultado que el gobierno de ese país amigo está tranquilo con esta devaluación por los efectos positivos que trae este fenómeno, ya que ayudará a reducir el diferencial en la balanza comercial en la expectativa de que crezcan las ventas al exterior y disminuyan las importaciones.
Además evalúan un impacto mínimo sobre la inflación, al sostener que los productos importados no tienen un gran peso en la canasta familiar visto su vasta producción agrícola, industrial y energética.
Esto que acontece en Colombia podría verse en proporción inversa a lo que sucede en nuestro país donde la reducción de los precios internacionales del petróleo ha sido un gran alivio presupuestario y cambiario.
Lo que nos corresponde evaluar es si estamos haciendo la mejor utilización de estos alivios financieros, y de resultar negativo dicha evaluación, tomar las medidas necesarias para que esta situación transitoria de reducción de precios sea aprovechada con la mayor eficacia posible.