La cuestión honda de la pandemia

La cuestión honda de la pandemia

La cuestión honda de la pandemia

David Álvarez Martín

Si la realidad, en su sentido más profundo, se nos presentara tal como es a nuestros sentidos y la razón alcanzara la lucidez de lo que sentimos (en cuanto sensibilidad) de manera instantánea, no necesitaríamos razón, ni filosofía, ni ciencia, simplemente el pensar no aconteciera, nos agotaríamos en el percibir. Fenómeno y Noumenon sería una sola cosa. Para la especie humana la incertidumbre es la experiencia más angustiosa que pueda vivir. Por eso la muerte, que es el límite de lo cognoscible de toda realidad humana, individual y colectiva, genera tal riqueza de mitos, magia y explicaciones consoladoras y que motivan la esperanza en todas las culturas. Frente al misterio el mito -y quizás la poesía, no estoy seguro- nos aquieta en gran medida el corazón y la mente.

La racionalidad moderna surgida a partir del siglo XVI y sus expresiones tecnológicas que nos convencen de la capacidad para manipular la naturaleza en función de nuestros objetivos, ha convertido todo lo que existe en una realidad predecible o en proceso de entenderla en tiempos razonables. Nuestra voluntad confía en poder actuar sobre lo exterior debido a nuestra ciencia y la técnica basada en dicho conocimiento. No hay misterios, solo cuestiones que todavía no se han solucionado. El pensar críticamente y el escepticismo nos ha salvado de ser simples homínidos danzando en torno a una fogata o arrodillados frente al surgimiento de la estrella más cercana en el horizonte cada mañana. Curiosamente, en nuestra fortaleza se encuentra nuestra debilidad. Frente a lo que rebasa nuestra sensibilidad, a lo que no encaja en nuestro cerebro o el origen de todo lo existente, el pavor nos asalta.

A nivel del macrocosmos varias teorías compiten en explicar los fenómenos que atisbamos desde nuestras herramientas para observar el universo, y lo hacemos desde la intimidad del sistema solar, salvo las Voyager que recién han salido al espacio interestelar, pero curiosamente seguirán por muchos años bajo la influencia gravitacional del sol. A nivel del microcosmos nos maravilla descubrir un comportamiento de las partículas que no son capaces de ejemplarizarse desde el sentido común, la cuántica nos sigue sonando a mística. Las estructura biológicas, químicas y físicas que nos impactan directamente tienen mecanismos y protocolos para su estudio bien consolidados. Las ingenierías y la medicina cada día muestran asombrosas realizaciones que nos brindan mayor calidad y extensión de nuestra vida, aunque por su costo no tienen acceso a los mismos un porcentaje alto de la población mundial. Millones mueren cada año por no tener acceso a agua potable, disposición de aguas residuales o quitar la diarrea o fiebre a niños pequeños, y son problemas que sabemos resolverlos perfectamente. El déficit del amor al prójimo del capitalismo es nauseabundo.

Al enfrentar esta pandemia todos esos supuestos se han caído dramáticamente. Ni sabemos cómo se contagia, ni tenemos como curarlo, y colectamos mucha información contradictoria en cuanto a mascarillas, distanciamiento social y aislamiento forzado de países completos sin permitir actividades económicas, lúdicas o sociales. Lo peor es que no tenemos un cálculo aproximado de cuándo terminará, si en meses o años… ¿o décadas? Evitando contagiarnos del virus estamos contrayendo a escalas descomunales enfermedades físicas relacionadas con la inactividad y padecimientos mentales graves. Si en este momento lográramos “curarnos” todos del virus, nos esperarían años para sanarnos de todas las dolencias que nos generó las políticas para evitar el contagio. El derrumbe del proceso económico a nivel mundial quizás sea el problema de más rápida solución, porque -usando una metáfora- no hemos destruido el carro en un accidente, sino que lo apagamos y lo dejamos estacionados. El secreto mejor guardado es saber cuándo podremos encenderlo de manera segura.

Las soluciones autoritarias de los Estados apelando a controlar la expansión de la pandemia han dañado la democracia incluso en sociedades como la norteamericana, donde la coincidencia de la difusión del virus con un gobernante ignorante y populista ha matado a centenares de miles de estadounidenses, semejante al caso de Brasil y en gran medida México. Este virus nos deja un sabor amargo de autoritarismo y estatismo por un lado, y expresiones de codicia inmorales de parte de muchos actores económicos. El mundo hoy lo percibimos más cercano al infierno que al paraíso, con o sin Covid. La pandemia tiene una profunda relación con el daño que le hacemos al medio ambiente y nos sorprende como el planeta se recupera rápidamente si los seres humanos nos encerramos en nuestras casas. No es descabellado pensar que este es el primero de muchos otros procesos epidémicos, cada vez más letales, que pondrán en peligro la supervivencia de la especie humana.

Lo más hondo de la pandemia es la cercanía que estamos del abismo de nuestra desaparición como especie, sin bombas nucleares, ni guerras mundiales, ni ataques de extraterrestres, ni siquiera con los mitos apocalípticos de las religiones, simplemente dañamos el balance de la naturaleza que nos permitió surgir como especie y sostenernos como tal, y en el nuevo orden natural los homo sapiens posiblemente no tengamos lugar. Y no nos engañemos, el mundo puede vivir sin nosotros, lo contrario no es posible.