En su intercambio de la tarde de ayer con periodistas en el Palacio Nacional, el presidente Luis Abinader estuvo una hora respondiendo preguntas sobre la situación creada en la frontera norte, particularmente en la provincia Dajabón, por la intervención sobre el río Masacre y por la participación de haitianos en un hecho de sangre en Aminilla, una comunidad rural.
Horas antes había estado a la cabeza de una reunión del Consejo de Seguridad Nacional en la que fue tratada la situación en Haití en cuanto concierne a los dominicanos.
De esta cita con funcionarios y militares vinculados a las áreas de seguridad nacional fue entregado, a los medios de comunicación, un resumen de las principales decisiones adoptadas.
Sin embargo, en su rueda de prensa semanal al presidente se le preguntó una y otra vez sobre el asunto fronterizo y la crisis en Haití.
Este interés tan marcado denota insatisfacción y emocionalidad alrededor de un asunto que al más alto nivel debe ser tratado con el mayor de los comedimientos.
La opinión pública debe ser informada, pero mientras prevalezca esta actitud habrá sectores para los que nunca será bastante lo que está haciendo el Gobierno. Lamentablemente, esto ocurre en un momento aderezado con una campaña presidencial adelantada.
La crisis haitiana es para los dominicanos política internacional, pero también nacional, por lo que harían bien los líderes de este campo en mantenerse parsimoniosos a la hora de tratarlo.
Un poco de moderación podría servir de mucho en un ambiente emocionalmente cargado.
Como bien dijo el presidente Abinader, el Gobierno dominicano carece de interlocutores válidos en Haití, en vista de las limitaciones en la efectividad del gobierno del ministro Ariel Henry, con bandas armadas que actúan a sus anchas en regiones enteras y posiblemente con políticos dispuestos a desafiar su autoridad y a pescar tanto como les sea posible en medio del desorden.
Pero las bandas y los políticos haitianos no son interlocutores apropiados.