
La corrupción como fenómeno es un flagelo que data desde hace siglos; sin embargo, este no era parte del debate público hasta hace más tres décadas y, en los hechos, se convertía en una palabra con cierta timidez en la agenda internacional de desarrollo. No obstante, el tema adquiere relevancia desde la segunda mitad de los años 90 y la primera década del presente siglo XXI cuando se gestó un incesante empuje de acogida de propuestas anticorrupción con medidas para enfrentar este malestar.
El rechazo a la corrupción, en América latina en la práctica se ha expresado con mayor contundencia a la hora del ciudadano ejercer su derecho votar en las elecciones por estructuras grupales que son conocidos por sus vínculos con el flagelo de la corrupción y los sobornos a funcionarios, mediante el rechazo de la sociedad para aquellos que se benefician del dinero público. Pero también resulta que en la región se ha hecho conciencia de la importancia que representa poner un freno a la corrupción, así como la disposición de hacer algo en contra de ella, y no solamente ser víctimas pasivas del problema.
La combinación de una mayor conciencia del problema, un conjunto de instrumentos anticorrupción, una ciudadanía que demanda más anticorrupción y el castigo a los corruptos, es lo que está haciendo que día a día se escuche el clamor de los ciudadanos en contra de más casos de corrupción en América Latina y el malestar de la impunidad subsanas por el organo persecutor con arreglos y acuerdos abominables. Es tal situación que explica en una alta proporción que haya menos tolerancia contra este flagelo y que se descubran y publiquen los casos más bochornosos que da la sensación de mayor corrupción cuando desde el Estado se promueven prácticas de negocios *suscitadas por una estructura que se cree con patente de corsos.
Una reflexión detenida sobre el flagelo de la corrupción, permite interpretar que no existe una relación directa entre esta con ideologías políticas ni con el nivel de desarrollo económico de los países. Lo que sí se puede asumir como una constante irrefutable es que la presencia del flagelo de la corrupción de los países de la región está íntimamente vinculada con la debilidad o fortaleza de las instituciones.
Hay que poner de relieve que la incompetencia institucional, la inestabilidad jurídica y la corrupción en las altas esferas fácticas de la sociedad latinoamericana han creado históricamente un terreno extremadamente fértil para los actos de corrupción a escala hemisférica. Aunque no ocurre en todos los países por igual, en los últimos años, la corrupción se ha vuelto un asunto transcontinental en la región de Latinoamérica, fruto de las revelaciones de casos, auténticos entramados, de corruptores y corrompidos, que traspasan las fronteras nacionales y de la prudencia.
La corrupción es uno de los mayores riesgos a los que se expone la economía y la democracia de América latina ya que esta supone el equivalente al 5% del PIB mundial y 25% del PIB de los países en vía de desarrollo, el cual resulta de la firma de contratos logrados por sobornos entre funcionarios de los gobiernos y los lobistas. El malestar de la corrupción es el lado más oscuro de América latina en la actualidad ya que este flagelo no se enfrenta con exhortaciones morales ni con leyes más severas, en razón de que estas son medidas desproporcionadamente débiles frente a la magnitud de la tentación.
Y es que el malestar de la corrupción no tan solo evidencia la sustracción de los fondos del Estado, sino que destruye a la economia y la esperanza por el progreso. Por igual, la repudiable corrupción está perturbando la democracia y el bienestar de la mayoría que nada tiene.