
El Museo del Louvre recuperó una de sus joyas más emblemáticas: la corona de la emperatriz Eugenia de Montijo, robada el pasado domingo 19 de octubre durante un audaz asalto que dejó en vilo a París.
El robo, ocurrido en apenas siete minutos, fue ejecutado por un grupo de ladrones que accedió al recinto con un montacargas, rompió las vitrinas con motosierras y sustrajo nueve piezas de la colección napoleónica. Entre ellas, la valiosa corona de la última emperatriz de Francia, esposa de Napoleón III.
La pieza, aunque hallada con algunos daños, ya fue devuelta al museo. Se trata de una joya única con ocho arcos en forma de águila de oro, rematada con un globo de diamantes y una cruz latina, que alberga 1.353 diamantes y 56 esmeraldas. Su diseño refleja el esplendor y la elegancia de Eugenia de Montijo, aristócrata granadina que marcó la vida cultural y política del Segundo Imperio francés.

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La corona ha tenido una historia tan fascinante como su dueña. Tras la caída del Imperio, Eugenia se exilió en Inglaterra y vendió gran parte de sus joyas. Esta pieza pasó por manos de nobles europeos hasta que el coleccionista Roberto Polo la donó al Louvre a finales del siglo XX, donde se convirtió en uno de los símbolos más admirados de la Galería Apolo.

Además de la corona, los ladrones sustrajeron otras piezas de gran valor histórico, como un broche de diamantes y un conjunto de esmeraldas de la emperatriz María Luisa. Sin embargo, el célebre diamante “Regente”, de más de 140 quilates, permaneció intacto.
El regreso de la corona supone no solo la recuperación de una joya imperial, sino también la de un fragmento brillante de la historia europea.