La conversación pendiente sobre violencia de género en el país

La conversación pendiente sobre violencia de género en el país

La conversación pendiente sobre violencia de género en el país

Varias personas colocan flores en el monumento en la sala de masajes donde hubo un tiroteo en Atlanta, Georgia, EE. UU., 19 de marzo de 2021.EFE/EPA/ERIK S. LESSER

Washington.- El sospechoso de los tiroteos de Atlanta mató a siete mujeres porque las “culpaba” de su adicción sexual, pero los políticos y los medios de Estados Unidos han tardado días en asumir que fueron crímenes misóginos, en un país que todavía no ve la violencia de género como un problema estructural.

Las primeras noticias sobre el ataque del martes vincularon lo sucedido con la ola de delitos de odio contra las personas de origen asiático desde que comenzó la pandemia en Estados Unidos, dado que seis de los ocho fallecidos en tres salones de masaje eran mujeres de ese grupo racial.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, subrayó al día siguiente su preocupación por la “brutalidad contra los estadounidenses de origen asiático”, pero tardó hasta el viernes en mencionar también la “violencia basada en el género”, y habló muy poco sobre ese factor durante su visita a Atlanta.

Biden no fue el único: después de que las autoridades describieran al sospechoso como alguien que quería “eliminar la tentación” que suponían para él los salones de masajistas asiáticas, casi toda la cobertura mediática y las reacciones políticas siguieron centradas en denunciar únicamente su racismo.

CAMBIO DE ENFOQUE

Varias mujeres de origen asiático desafiaron enseguida ese enfoque simplista: la escritora estadounidense con raíces filipinas Christine Liwag Dixon denunció en un tuit viral que la “hipersexualización de las mujeres asiáticas tiene muchísimo que ver con la violencia” en su contra.

“Me han ofrecido dinero por un ‘masaje con final feliz’. Me han acorralado en la calle hombres diciendo ‘me love you long time”, escribió Liwag Dixon, citando una frase de la película “Full Metal Jacket” (1987) muy utilizada para hostigar a las asiáticas.

A la surcoreana Sung Yeon Choimorrow, que dirige el Foro Nacional de Mujeres Estadounidenses con Raíces Asiáticas o del Pacífico, también le dejó de piedra ver cómo se ignoraba un componente clave en la deshumanización de las mujeres asiáticas.

“El racismo entrelazado con el sexismo siempre ha sido una parte de nuestras vidas”, dijo Choimorrow a Efe.

UN PUNTO CIEGO

Testimonios como el de Choimorrow ayudaron a ampliar el foco, y el viernes, el diario The New York Times ya había empezado a hablar de machismo en su cobertura del tiroteo.

Sin embargo, el hecho de que ese factor no fuera evidente desde que se conocieron los presuntos motivos del sospechoso revela lo mucho que queda por hacer en Estados Unidos para visibilizar la violencia de género, según expertas consultadas por Efe.

“Si no hablamos de misoginia y de su papel en este suceso, nos perdemos una parte importante de esta noticia, si no (resulta que es) la más importante”, afirmó a Efe una especialista en temas de género en el instituto progresista Centro para el Progreso Estadounidense (CAP, en inglés), Jocelyn Frye.

Para la escritora feminista Soraya Chemaly, es lamentable que el en su país “no se pare de borrar la interseccionalidad”, y que incluso cuando se habla de un problema estructural, como el racismo, no se tenga en cuenta cómo converge con “otras identidades” de las víctimas, como su género o su clase.

LOS DATOS

Además de afectar en algún momento de sus vidas a un tercio de las estadounidenses, la violencia de género en Estados Unidos tiene un nefasto aliado en las armas de fuego: una media de 53 mujeres mueren cada mes asesinadas a tiros por su pareja, de acuerdo con la organización pro control de armas Everytown.

No obstante, los datos oficiales sobre violencia de género son escasos y a menudo se reportan como abusos “domésticos”, algo que oculta el hecho de que 4 de cada 5 víctimas son mujeres.

El movimiento #MeToo ha aumentado la concienciación sobre los abusos sexuales en Estados Unidos, pero otros tipos de violencia contra las mujeres -como los maltratos físicos y psicológicos cometidos por sus parejas- siguen relegados a debates de nicho y rara vez ocupan espacio en las portadas o informativos del país.

“NOS CREEMOS INMUNES A LA MISOGINIA”

“En Estados Unidos tenemos una tendencia a creer que, de alguna forma, somos inmunes a la misoginia que hay en otras partes, y que es bastante evidente también en nuestra cultura”, afirmó Chemaly en una entrevista con Efe.

Parte del problema, añadió la pensadora, “tiene que ver con la idea del excepcionalismo estadounidense, con creer que las mujeres aquí son más libres que en ninguna otra parte”.

Chemaly cree que, si los tiroteos de Atlanta hubieran ocurrido por ejemplo en la India, los medios de su país tendrían más en cuenta “el contexto social”, pero cuando pasan en Estados Unidos, predomina el discurso del “lobo solitario” que tiene problemas mentales.

“Hay una tendencia a separar la violencia de la cultura, y a centrarse en una persona” sin ver el problema estructural, subrayó la autora del libro “Rage Becomes Her” (“Rabia somos todas”).

A raíz del racismo “que proliferó como resultado del mandato” del expresidente Donald Trump, muchos medios de EE.UU. “entienden mejor que no pueden ignorar los crímenes de odio”, pero “aún no están preparados para unir la idea de supremacismo blanco a la del supremacismo masculino” al explicar hechos violentos, agregó.

“LA TAREA ES ENORME”

Frye, la experta en temas de género en el instituto CAP, cita tres factores que ayudan a explicar por qué Estados Unidos todavía “no ha abierto los ojos realmente” al problema de la violencia machista.

“Pensamos en estos temas como preocupaciones privadas, especialmente cuando hablamos de la violencia doméstica (…); todavía hay una reacción instintiva de las supervivientes de no decir nada para no ser acosadas, y sigue habiendo un discurso dominante de culpar a las mujeres” que son víctimas, explicó Frye.

Y lo peor es que no basta con atraer atención al problema para atajarlo.

“Tenemos sistemas que no están diseñados para apoyar realmente a las supervivientes, estructuras en las que la gente no confía para denunciar (…) La tarea que tenemos por delante es enorme”, concluyó.