Santo Domingo.-La política dominicana no deja de insistir en que el mundo desarrollado debe ocuparse de Haití, donde los políticos han fracasado en la administración del Estado y la economía no tiene soluciones para las necesidades materiales de su pueblo.
La ilusión dominicana es tan profunda que el anuncio de Kenia, una nación de África oriental más cerca de China que de Europa y América, con un ingreso per cápita estimado en 2,100 dólares, cuatro veces más bajo que el de los dominicanos según datos del Banco Mundial, ha encendido el optimismo.
Es decir, estamos ante un país pobre que sin embargo ha generado la ilusión dominicana de que dedicará parte del dinero de su pueblo y la vida de mil policías o militares, por lo menos en un momento inicial, para encarar la crisis en Haití. Deberían recordar que el cólera de hoy llegó a la isla desde Nepal.
Si no fuera por la inmigración descontrolada hacia territorio dominicano, a muchos de los que hoy reclaman una solución así sea al precio de una intervención militar y administrativa, acaso se encongerían de hombros, como hace el mundo desarrollado del que esperan acción.
Un imán
Si hay una evidencia al alcance de la mano de cualquiera acerca de la expansión sostenida de la economía dominicana desde hace más de cincuenta años, esta es el abandono de actividades que antes les eran propias al nativo por su condición rural, por los niveles bajos de ingresos y por una “ley” de la que nadie puede evadirse: la necesidad.
Limpiar un patio, un solar yermo, orillas de caminos o carreteras, un conuco o una finca, son trabajos de haitianos en la mentalidad de muchos dominicanos.
También los son empujar un triciclo cargado de cocos, mezclar agua, arena y cemento bajo el ardiente sol del trópico de cáncer, cargar y empujar carretillas llenas de hormigón, pegar bloques, poner pañetes y zanjear —todos trabajos comunes en ambientes urbanos—, pero también jardinería, recoger cosechas, sembrar y cuidar predios y servir de avanzada “colonizadora” de áreas vedadas de las que serán desalojados en poco tiempo por patrocinadores o autoridades o por la coalición de ambos.
El ascenso social del dominicano al calor de la consolidación de mejores condiciones materiales ha ido generando vacíos en la base social desde 1961, cuando empezó a acelerarse la urbanización de la sociedad.
Los vacíos han sido cubiertos, primero por campesinos proletarizados y más adelante por haitianos atraídos por el trabajo rural y después por el urbano, porque los antiguos pobres dominicanos ahora tienen oficinas profesionales o “servicios especiales” propios de entornos de enclaves turísticos.
Hasta aquí la presencia masiva de haitianos en territorio dominicano puede ser explicada por la necesidad de aquellos de darle soluciones materiales a su vida fuera de Haití, donde no les resulta posible. Ninguna conspiración existe entre su paso por la frontera en busca de trabajo y el aprovechamiento de sus manos para la realización de obras en territorio dominicano.
De sociólogos
En un almuerzo con el expresidente Hipólito Mejía se le pidió una valoración de la inmigración haitiana y se salió bajó el argumento de que esa es tarea de sociólogos. Pero no es verdad, reflexionar es una obligación de los líderes dominicanos, particularmente políticos, llamados en ocasiones a decidir sobre el destino de todos.
Desde mi balcón
Desde el periodismo el asunto haitiano se puede ver como una gran masa flotante que busca sobrevivir en otros países, con otros que se quedan a vivir en Haití y en algunos casos le imprimen un perfil violento a la sociedad, y unos grandes ricos incapacitados para ponerse de acuerdo y adecentar su parte de poder —de facto— y una política de oficio que ha fracasado en establecer aliados firmes dentro y fuera de su país.
Santo Domingo no es la salvación del pueblo haitiano, es el punto más firme cercano a su país al que pueden saltar para aguar la hiel de su destino.
Como en la deriva de la guerra de 1793 a 1803, que llevó al establecimiento de su independencia, el pueblo haitiano tiene hoy ante sí una ruta compleja y, como entonces, la parte Este de la isla tiende a ser una vía de solución, pero hoy, contrario a las dos primeras décadas del siglo XIX, hay en la parte dominicana una opinión pública con un firme enfoque emocional y al que le teme la política profesional en el Este de la isla.
El mundo, envuelto en la lucha de Occidente por sobrepujar la decadencia y la gran deriva global de los estilos de vida occidentales, no entiende el drama haitiano ni le importa. América Latina, que no puede verlo como parte de su tradición porque siempre ha sido una anomalía con la que pueden tratar con cierta seguridad a través de su hermano siamés —Santo Domingo—, tampoco realizará aportes significativos para propiciar una salida.
El único pueblo del mundo puesto por la necesidad para aportar vías de solución es el dominicano, pero desde 1605, con las devastaciones de Osorio, ha decidido vivir de espaldas al oeste y si en algunos tramos ha mirado hacia allí de frente ha sido por razones económicas —el contrabando o la mano de obra— o políticas: la ocupación de Boyer y la guerra de independencia.
Involucrarse con Haití le resulta repugnante a las élites dominicanas, que junto con las haitianas tienen más de tres siglos tratando a las masas del oeste como a malditos negros y así no habrá solución.
Boyer administró los dos países 21 años, pero el Estado dominicano no puede replicar una acción similar sin derrumbarse en el intento y malograr el destino de esta patria.
Pobre y africano
—1— Territorio
Kenia es un gran país. Tiene 580 mil 367 kilómetros cuadrados.
—2— Despoblado
La población es, sin embargo, pequeña, poco menos de 55 millones.
—3— Los PIB
Ha pasado de US$1,603 mil millones en 1970 y 139.7 per cápita a 110.3 mil millones en el 20 y 2081.8 per cápita.
El magnicidio 7-7-21 es otro síntoma
Anarquía. Cuando mataron al presidente Jovenel Moïse, el día 7 de julio de 2021, el de su cumpleaños, el mandatario gobernaba de facto.
Se decía, entonces, que la crisis —que siempre ha sido vista como una incapacidad de la política— era profunda y acaso insuperable por la vía de la democracia impuesta a un pueblo incapacitado para este sistema.
Pero lo visto después del magnicidio ha demostrado que el foso es más profundo y que la política es apenas la faceta más visible desde el exterior porque evidencia la infuncionalidad del Estado, una jaiba sin patas y sin tenazas.
El poder de facto anarquiza a través de las bandas y los sicarios, una evidencia de la cortedad de miras respecto de los instrumentos apropiados de gobierno.