La ciudad responsable solo es posible con autoridades y ciudadanos corresponsables. Pues, la ciudad es la expresión colectiva de lo que somos como sociedad.
Si deseas conocer el grado de organización y desarrollo de una nación, coloca el foco en sus ciudades.
Esa es la razón por la cual diversas fuentes de información, de quienes estudian civilizaciones antiguas, están vinculadas a los vestigios de ciudades.
No es casual que el tratado de Marco Vitruvio (Siglo I a. C.), “Los Diez Libros de la Arquitectura”, haya tenido tanta trascendencia. En efecto, desde la edad media ha sido una de las fuentes privilegiadas para conocer la lógica de las ciudades y de la sociedad romana. Resulta que la ciudad es la forma en que una sociedad escribe su historia sobre el territorio. En ella se plasma la bondad y la miseria de una formación social, en su proceso de evolución.
El Ser Vivo de la Ciudad
En tal sentido, a través de las ciudades, la sociedad va dejando su huella en el territorio. Esto queda magistralmente ilustrado en la obra de Thomas Moro, “Utopía” (1516). La misma, evidencia la relación directa entre la organización social y las características de los asentamientos. La actuación nuestra, como Estado y como ciudadanía, se manifiesta en el territorio.
Las ciudades no integran o segregan a la población, tampoco protegen o agreden a la naturaleza, nosotros lo hacemos.
Comúnmente, especialistas y ciudadanos confieren vida propia a la ciudad, unos en sus análisis y otros en sus opiniones cotidianas. Hacen de la ciudad un ser viviente en sí mismo, con alegrías y tristezas, con sueños y traumas, con inteligencia y torpezas. No somos conscientes que aquello que le imputamos a la ciudad, realmente es a nosotros mismos. La convertimos en el escenario de nuestros triunfos y en responsable de nuestros fracasos.
El Efecto Búmeran
La ciudad es una consecuencia dinámica de nuestras acciones y omisiones, por lo que es efecto y causa a la vez. Es decir, aunque es la resultante de variables socioculturales, económicas y políticas, la ciudad condiciona a las mismas. En ella se experimenta la reproducción ampliada de las consecuencias de nuestras actuaciones.
En una sociedad caracterizada por la desigualdad, no esperes más que ciudades con segregación territorial.
Estudios sobre el espacio y la conducta, como la investigación realizada por la Universidad de Bath (Reino Unido, 2016), son sugerentes. Estos evidencian la relación entre las condiciones del entorno y la conducta de las personas. Cuando el Estado y la sociedad relegan a una parte de la población a vivir en un contexto adverso, hipotecan el bienestar que disfruta la otra parte. Se termina generando un efecto búmeran. Las ciudades más desiguales, terminan siendo las más violentas y caóticas.
Las Caras de la Ciudad
La disparidad en las condiciones económicas y sociales determina la presencia de servicios urbanos en unas zonas y su carencia en otras.
Ese fenómeno territorial lo evidencia Santo Domingo con segregación interzonal, al concentrar barrios precarios en un área. Es el caso de La Ciénaga, Gualey, Simón Bolívar y la Zurza. A la vez, presenta una segregación intrazonal, con barrios al interior de zonas residenciales. Es el caso de La Yuca, en Naco y La Puya en Arroyo Hondo.
Pero esta segregación no se limita al territorio como demarcación física, sino que trasciende al territorio como sistema.
La desigualdad se manifiesta también en la movilidad urbana, en el espacio público, en el abastecimiento, en el saneamiento, en la seguridad ciudadana y en los demás sistemas. Por eso, la precariedad va sigilosamente permeando todos los estratos sociales. Pero esta tendencia puede ser revertida, logrando expandir el bienestar.
La Corresponsabilidad Urbana.
En tal sentido, la ciudad, como hábitat social, puede convertirse en una gran oportunidad para el desarrollo de las personas. Cumplir ese rol es la gran responsabilidad de la ciudad, o más bien de la sociedad. Debe ser una responsabilidad compartida entre el Estado y la ciudadanía, o lo que podemos llamar “corresponsabilidad urbana”.
El primer paso debe darlo el Estado, desde el gobierno nacional hasta el gobierno local.
Pues, no hay mejor estímulo a la responsabilidad de los ciudadanos que la seguridad de estar gobernados por instituciones confiables y eficientes.
No esperemos una ciudad ordenada y una ciudadanía responsable, con instituciones caóticas. Estoy convencido de que la prioridad debe ser el fortalecimiento de las instituciones que gestionan el territorio. Entidades eficientes, transparentes y participativas, despertarán la corresponsabilidad ciudadana en la ciudad.
Un Pacto por Santo Domingo
Si la responsabilidad compartida es hacer de Santo Domingo un hábitat promotor del desarrollo, tendremos un propósito. Si logramos un propósito en común, gobierno local y ciudadanía, contaremos con una causa. Esa causa común nos permitirá establecer un pacto social por Santo Domingo. El pacto, a su vez, deberá ser traducido en un plan sostenible.
Un plan sostenible debe ser técnicamente confiable, institucionalmente legal, económicamente financiable y socialmente legítimo. Es decir, un plan basado en evidencias de la realidad, en el marco jurídico, en diversas fuentes de recursos y en participación ciudadana.
Será indispensable un gobierno local con credibilidad, que concite la confianza de las instituciones oficiales, del sector privado y de las organizaciones sociales.
De esa forma, iremos convirtiendo a Santo Domingo en promotora de bienestar para sus habitantes y sus visitantes. Lograremos que ella sea la mejor carta de presentación de la sociedad dominicana.
En alguna forma, nos daríamos la oportunidad de escribir en el territorio un capítulo de nuestra historia, cargado de rectificaciones y buenas nuevas.
*Por Adrés Navarro