La cebolla

La cebolla

La cebolla

Antonio Machado, el poeta de los sufrimientos y las esperanzas de la España viril, insurrecta, pobre, emigrante y de mal genio justificado, le canta a la cebolla junto al niño con el que él la simboliza, quien ya es adulto, pero que ni al rey, ni Rajoy, ni la monarquía franquista quieren enterarse, unificándola el poeta en nuestro imaginario con el suyo, vinculándolos en la misma herida, radia y dolor de aquella pedrada en la frente que marcó la infancia política, que buscaba hallar en el 39 a la República para reivindicarse, como por acá queríamos libertades burguesas para desarrollarnos económicamente, que también era descolonizarnos, ahora sin nacionalismos.

Entre tantos acontecimientos importantes en desarrollo que tratar debiera, me distraigo observando a la cebolla, esta vez sin interés en su valor culinario del que siempre disfrutamos en los diferentes caldos y guisos que junto al ajo y al ají hacen apetitosa la más humilde mesa y cocina, especialmente aquí donde el 95 % éramos hijos de padres pobres, pasando días con la cebolla como alimento y medicamento ante el hambre como enfermedad, trayéndonos el escorbuto con ellas remediadas, sustituyendo “la papa” que faltaba, algo de lo que se recomienda no hablar para que nuestros descendientes no choquen con ellos mismos tan escuálidos en la retrospectiva, como arrogantes son hoy.

En mis deberes caseros tomo en manos ante mis ojos otra cebolla, que es aderezo que mis hijos pueden comprar. Cebolla mestiza y robusta vestida con fina cáscara-piel tersa, dorada por el sol como la piel de una joven virgen, exhibiéndose en la playa para dejar de serlo.

Procedo a rebanar mi vegetal sin alegría ni pena haciéndome ella lagrimear como el cocodrilo al observarle, meditando yo en su anatomía como si de una autopsia se tratara, cortando en primer lugar el moño de raíces que anudándose hacen el nudo del tronco común, del que repollaron unas tras otras, desde el centro hacia afuera, sustituyéndose en su corazón y en su superficie las distintas hojas que la constituyen; igual a como se renuevan las comunidades humanas evolucionando hasta que otro cuchillo las corte para consumirlas, metabolizando sus químicas, sin que nada se pierda, solo se transforme, mezclando las leyes de la conservación de la energía con las del incesante cambio del estado físico de la materia, renovando la vida.

Sutilmente ha proseguido sucediendo el mal negocio en el que cambiamos oro por baratijas, siendo posible solo porque se nos vacía de la inteligencia y cerebrales sensibilidades al entrar en el mercado, alienándonos, cegándonos, cambiándonosla, restaurando nuestra vieja e ignorante prepotencia ególatra, progresivamente cultivada.

El primer oro que entregamos es el de nuestros atributos humanos donde la rebeldía que hasta la cebolla tiene crece, como lo hace haciéndonos lagrimear cuando la herimos, la que igual a nosotros nos sirve para ejercer el poder de nuestra razón y voluntad en el mundo, en el que la libertad (burguesa) pasó de moda en medio del caos, recíprocamente repulsivo por revulsivo, igual para las dos grandes partes del gran conflicto de nuestra época, creando ejércitos de parásitos del poder decadente vigente, necesarios para mantenernos sometidos y como condimento encebollado del apetito del desarrollo con el neo-liberalismo que nos pica como lo hago con esta cebolla, ellos para ingerirnos y metabolizarnos como vegetal o como carne humana sin sal.

En esta crisis que se alimentará de mártires y héroes, ¿qué desear? Poder pensar proactivamente, sabiendo que no es la vida personal la que hay que salvar, sino la calidad del destino humano, escalándolo.



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