Con cautela, cargados de prevenciones, los partidos políticos siguen avanzando en el riesgoso y complicado proceso de elección de candidaturas para las elecciones municipales de febrero y, desde luego, las de legisladores en mayo, que tienen lugar en la misma fecha de las presidenciales.
Esta cautela, que en algunos casos parece temor, no ha estado ausente en la elección de los candidatos a la Presidencia, de las que siempre se teme, con razón, que puedan resultar reacciones potencialmente dañinas para la unidad de partidos, organizaciones y agrupaciones, no importa su tamaño.
Nadie vaya a creer que se trata de exageraciones originadas en los más altos niveles de dirección política, ni de un fenómeno de estos tiempos.
Cuando la política dominicana estuvo dotada de liderazgos muy arraigados, al punto que algunos no dudaban en tratar como caudillos a sus más altos dirigentes, los disgustos originados en las ambiciones personales podían ser ahogadas con los pañales o subsanadas con purgas más o menos extendidas, pero esos tiempos se fueron y han dado paso a una extendida racha de liderazgos transaccionales.
Ningún grado de prestigio es bastante hoy día para enfrentar, con garantía de éxito, el peso del dinero puesto en juego hasta para optar por una regiduría.
Todos los que aspiran a una posición electiva quieren ganar, pero no siempre tienen la comprensión cabal del tipo de competencia en la que participan, no por la confrontación de popularidad en sí misma, sino por los medios y los recursos, que muchas veces pesan más que la ascendencia de un “aspirante” sobre los electores, sean estos primarios o definitivos.
En todos los niveles de dirección de la política dominicana de hoy están a cargo de los riesgos implícitos en cualquier elección, no sólo porque es posible trampearlas, sino porque pueden llegar a desbandar al partido más sólido del sistema político.
Y esta es la principal razón de la cautela en la aplicación de las encuestas y las asambleas.