La cama vecina

La cama vecina

La cama vecina

Dos veces al día la efervescente emoción de su vigoroso pasado se concentra en sus ojos. En la mañana y en la noche, ocurre.

Era la misma mirada de otros tiempos, si, pero con una ligera diferencia.

La felicidad de los primeros cinco años de matrimonio ya es un frágil recuerdo. Nunca feliz. Un tormento, en realidad.

Mira a su mujer desnuda, cuando sale de su cotidiano baño matinal; y de noche otra vez, cuando se muda de ropa y se pone el pijama para dormir.

La nostalgia y el vacío en una parte de su cuerpo lo traicionan y los ojos se convierten en dos manantiales.

Ahora, en el tiempo que le dedica la mujer, se percibe, en cierta forma un aire humanitario. El cuerpo de la mujer, ajeno a sus pensamientos, trajina y se entrega a la faena y resulta una especie de combinación de madre e hija en los cuidados que le prodiga y la jornada doméstica en la casa.

La madre, antes de la boda, se lo advirtió.

—Hija mía, piénsalo bien. Te lleva una montaña de años.

El matrimonio, al final, se hizo difícil. Y con tantos años de diferencia entre los dos vino el inevitable declive; y las opacidades a cualquier hora.

La felicidad se volvió humo un día que, al menos, ella no recuerda.

En su condición, totalmente desvalido, y aunque lo intente, de su boca no sale una palabra. Apenas, con ayuda y paciencia, le sirve para comer.

A veces su cerebro le ordena a la mano: «Mueve, ligeramente, un dedo»; y no obedece. Así ocurre con todo su cuerpo. No tiene movilidad. La perdió un día negro de su existencia.

Ella nunca se lo imaginó en esa condición. Todos los días lo baña, lo peina; y, también lo perfuma. Cada tres días lo afeita. La comida se la lleva a la cama. Acomoda su cuerpo, lo sienta; y, cuchara a cuchara, despacio, lo alimenta.

Todas las noches ella se toma su tiempo ante el espejo. Pasa de una crema facial a otra; y luego, cuando termina su ritual nocturno de belleza y como parte de una fría costumbre conyugal, va y cumple, dándole un beso en la mejilla… un beso con los ojos cerrados y donde ya no se percibe la ternura y se confunde la intención real de ese gesto.

En la noche, ella acomoda la cabeza de él en la almohada; y lo arropa. Acerca los labios a su frente y estampa un beso, suave, en silencio. «Buenas noches, amor», le dice; y, camina despacio en dirección a la cama vecina a la de él. Suspira y se acuesta de manera silenciosa.

Mañana, cuando despierte, está segura que se topará con la mirada ansiosa de él, llena de recuerdos inútiles, infeliz en el encierro de su cuerpo, pero para ella será otro día igual en su apacible matrimonio.



Rafael García Romero

Rafael García Romero. Novelista, ensayista, periodista. Tiene 18 libros publicados y es un escritor cuya trayectoria está marcada por una audaz singularidad narrativa, reconocido como uno de los pilares esenciales de la literatura dominicana contemporánea. Premio Nacional de Cuento Julio Vega Batlle, 2016.