La decisión de liberar del toque de queda a dos demarcaciones importantes, debido al nivel de inmunización logrado por la aplicación de vacunas contra el coronavirus responsable de la pandemia, ha sido recibida como una buena señal por los que esperan la superación de los estados de emergencia, y con preocupación por los temerosos de un retroceso a los días de altos niveles de contagio.
Tal vez deba ser incluida una tercera corriente: la de aquellos a quienes la envidia los ha hecho cambiar de color.
El hecho de que mucha gente, quizás demasiada, se haya acostumbrado a vivir en estado de excepción, a violar normas de salubridad y recomendaciones de los responsables del sistema de salud, no quiere decir que esta sea una manera más apropiada de vivir.
Muchas formas sociales han sido dañadas en este tiempo de pandemia, entre ellas las del afecto. Y que la enorme inversión realizada en vacunas haya servido para ir empujando a la población paso a paso hacia la apertura, es una buena noticia.
Después de todo, la anunciada liberación del toque de queda en la provincia La Altagracia y en el Distrito Nacional no llega acompañada de un abandono total de restricciones. Algunas persisten, entre ellas el uso de mascarillas, el control de reuniones masivas y el del expendio de bebidas alcohólicas en cierto horario.