El stand dominicano en la Feria Internacional de Turismo de enero pasado en Madrid fue de los más visitados.
Santo Domingo.-En un conversatorio reciente en el salón común de los periódicos El Nacional, Hoy y EL DÍA, los dos principales titulares de la Asociación Nacional de Hoteles Bares y Restaurantes, David Llibre y Andrés Marranzini, valoraban el instrumental genético con el que cuenta el dominicano para llevar adelante, con buen éxito, el turismo como negocio.
En un momento de la entrevista refirieron como anécdota, en relación con una actividad en la que habían estado en Punta Cana, la valoración de un visitante extranjero sobre la naturalidad del buen talante del dominicano cuando atiende o trata a un extranjero.
Durante una cena en Punta Cana con el Grupo Meliá el fin de semana pasado, Gabriel Escarrer, presidente de Meliá Hotels International, hizo referencia a la amabilidad del dominicano, a su juicio la más natural y destacada en la región.
La naturalidad con la que el nativo típico afronta las atenciones a un visitante no es fingida o estudiada, y decía aquel hombre que esta naturalidad debe ser acompañada de educación en el oficio para que al buen trato, al buen talante frente a la visita, salga a la luz la formación o profesionalidad en el oficio.
A propósito de las iniciativas en esta dirección, los responsables de Asonahores refirieron los esfuerzos realizados a la par con el Instituto Nacional de Formación Técnico Profesional, que tiene una escuela en Higüey de la que se esperan frutos a partir del sistema dual, que consiste en instruir en la escuela técnica mientras se trabaja en un hotel, bar o restaurante.
El dominicano típico
Acerca de la naturalidad del dominicano a la hora de tratar bien a un extranjero, acaso nos encontramos ante una muestra de lo que pueden hacer los genes sociales cuando se presenta el caso.
Una antología memorable de ensayos de otros, recopilados por Bernardo Vega bajo el título “Los primeros turistas en Santo Domingo, puede dar luz sobre esta buena fachada, merecedora de una referencia de un visitante en uno de los puntos donde el negocio del turismo va adelante con bastante vitalidad: Punta Cana.
De uno de estos ensayos, “Los campos de oro de Santo Domingo”, publicado en 1860 por W. S. Courtney, recogemos algunas valoraciones en esta dirección, porque hay otras de tono ácido. De acuerdo con el autor, el dominicano de entonces era honesto, hospitalario y sencillo.
Otro autor
Según Courtney, si el extranjero se presentaba de manera apropiada podía contar con la colaboración del vecindario. “Todo el mundo enseguida queda satisfecho y está ansioso por verlo, conocerlo y ofrecerle toda la información que puedan. Desde ese momento ellos harán cualquier sacrificio por él, disputándose unos con otros por hacer su visita interesante y agradable” (Pág. 51, 2011, Sociedad Dominicana de Bibliófilos).
En otro de los ensayos, el de Hyatt Berrill, titulado “Puerto Rico pasado y presente y el Santo Domingo de hoy”, de 1914, el autor entra en valoraciones que tocan este rasgo positivo de la personalidad del nativo.
“Sin importar que sean negros, marrones o blancos, los dominicanos son personas agradables” (Pág. 141). Y a propósito de las revoluciones, comunes en aquellos días de montonera, recoge un episodio vivido por unos estadounidenses que se dedicaban a deambular por San Pedro de Macorís en aquellos días de montonera y fueron cogidos entre dos bandos que se tiroteaban.
Establecida la identidad de los extranjeros y su procedencia, ambos bandos —los revolucionarios y los del gobierno— se pusieron de acuerdo para acompañarlos en seguridad hasta el barco del que habían salido para caminar por el poblado.
“(…), se acordó que las hostilidades debían ser suspendidas temporalmente por ambos lados, mientras una guardia armada, compuesta por igual de federales y rebeldes, debía acompañar a los americanos a su vapor” (Pág. 143).
Sin barreras
La buena disposición hacia el extranjero, por lo visto, no estaba limitada al dominicano de las clases sociales básicas. También de los niveles altos de la época deja una pincelada el ensayo de Berril.
“En la mayoría de las ciudades más grandes hay clubes florecientes con atractivas edificaciones donde los extranjeros son generalmente bien recibidos y, si se tienen cartas de presentación dirigidas a un residente, no tendrá dificultades en vivir confortablemente o hasta con lujos, por el tiempo que desee” (Pág. 146).
Lilís —presidente y dictador de finales del siglo xix Ulises Hilarión Heureaux Lebert— se desvivía por hacer que se sintieran mejor que en sus casas unas visitantes estadounidenses.
Al final de la estadía, leemos, la señora Susan Forest Day y sus pasajeros de El Escita —así nombraban el barco en el que llegaron y se fueron— valoran a Lilís.
En palabras de Carlos Esteban Deive, en ‘Los dominicanos vistos por extranjeros’, “es uno de los hombres más interesantes que han conocido y también de los más inescrupulosos. No obstante, se van convencidos de lo que una República negra puede lograr y de lo que un Presidente también negro es capaz, si actúa como un tirano total” (Pág. 242).
Esta pincelada acerca de la dominicanidad puede ser leída en el libro de Vega, citado más arriba, y en el libro de Deive, bajo el subtítulo Las disparidades de un millonario y de un geólogo (Pág. 227 y Sgts.).
Por cierto, este episodio de la obra de Deive le debe algo a la de Vega. Los matices, sin embargo, valen la pena en el ensayo del primero, que introduce criterios y valoraciones ausentes en la obra de Vega, que se limita a compilar.
Sonría al turista
— Tan natural
De entre las muchas taras que la sociología ha endilgado a los dominicanos, desde Pedro Francisco Bonó hasta Francisco Moscoso Puello, una, no siempre tomada en cuenta o destacada, ha servido de piedra angular para el trato al turista.