En la sociedad actual, la búsqueda constante de validación externa puede convertirse en una prisión invisible que limita nuestro crecimiento y bienestar emocional.
A principio de año, leyendo un artículo me encontré con la frase “mi valía no se basa en la aprobación de los demás, sino en mí misma” y, como el repicar de las campanas, sigue resonando en mí como un eco persistente y recordatorio incesante.
El paso de los días no ha logrado apartar esta recomendación, que ha sido regla en mi vida, encapsulando esta poderosa idea como recordatorio de que tenemos que mantenernos, constantemente, trabajando nuestra mente para liberarnos de las cadenas de la aprobación externa y encontrar una fuente interna de fortaleza.
Es importante recordar que el valor propio no debería depender de las opiniones fluctuantes de quienes nos rodean, en especial, en un mundo donde la presión social y las expectativas -a menudo- buscan dictar el sentido de valía.
Afirmar que nuestra autoestima se arraiga en la esencia individual es un acto revolucionario.
Al adoptar esta máxima, nos empoderamos para abrazar nuestras imperfecciones, aprender de nuestros errores y seguir nuestro propio camino sin estar atados a las expectativas de los demás. Esta declaración no es un rechazo a la conexión humana ni a la importancia de relaciones significativas, sino un recordatorio de que nuestro valor no puede ser medido únicamente por la aceptación externa.
La aprobación externa puede ser volátil y efímera, pero la autoaceptación y la confianza en uno mismo son cimientos sólidos que nos permiten enfrentar desafíos con resiliencia.
Al reconocer y abrazar nuestra valía intrínseca, creamos un espacio para la autenticidad y autorreflexión, construyendo una base sólida para nuestro desarrollo personal.
En resumen, afirmar con convicción “mi valía no se basa en la aprobación de los demás, sino en mí misma” es una afirmación liberadora que nos invita a mirarnos con compasión, a crecer sin restricciones externas y a vivir de acuerdo con nuestros propios valores.
Es el recordatorio de que nuestra luz interna es suficiente para iluminar nuestro camino, independientemente de la opinión de los demás.