Primer idioma
En un congreso mundial de lingüistas, todos políglotas, discuten el tema medular de la trascendental convocatoria. Y todavía, cinco años después, no se ponen de acuerdo en qué idioma Dios dijo: «Hágase la luz».
El error divino
En un mundo hipotético Dios tenía una existencia imaginaria.
Y todos los fieles creían en ÉL, pero de manera hipotética. Todo se reducía a un incontrovertible simulacro de fe; y eso, a Dios, no le agradaba.
Un día Dios convirtió el mundo hipotético y la humanidad que lo habitaba en un mundo cierto, tangible y real.
En ese arduo proceso se olvidó de convertirse ÉL en un Dios auténtico, real, omnisciente; y cuando quiso enmendar su error no pudo. En realidad lo consideró innecesario, porque ya todos los fieles creían en ÉL de manera real.
La aldea global
El mundo, en un abrir y cerrar de ojos, se convirtió en una inconmensurable y convulsa sala de espera.
Una palabra que cambió el mundo
—¡Tieeerraaa!
El grito salió de la boca de Rodrigo de Triana, marinero sevillano, en su turno de vigía, trepado en el palo mayor de la Pinta, primera carabela de la expedición de Cristóbal Colón; a cargo del capitán Martín Alonso Pinzón.
El arca de Noé
El pasaje bíblico cautivó su interés; y la cuarta vez, leyéndolo en voz alta, vio un detalle revelador. Qué curioso, pensó. Y para asegurarse leyó de nuevo: «…entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos contigo». Sí, estaba en lo correcto. Dios, quizá de manera deliberada, dejó fuera a las suegras. Los únicos viejos en el arca eran Noé y su esposa.
Alimento
Mucho había volado ese día. Se sentía feliz. Sin envidia de las mariposas amarillas de la primavera y como nunca en su invertebrada y singular vida de insecto. Sí. La vida era un paraíso de aire y sol hasta que dio un giro errático y cayó en la gelatinosa red. Agitaba las alas con desesperanzadora inquietud, pero era inútil. Ya tenía los ocho ojos de la araña encima.