Al igual que el escritor Ahmed Salman Rushdie (autor de ‘Los versos satánicos’, nacido en Bombay, 1947), el británico y laureado nobel de Literatura 2017, Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954), con apenas cinco años de edad se trasladó a Reino Unido junto a su padre, un oceanógrafo que trabajó en las plataformas marítimas del mar del Norte, en Inglaterra.
En 1979, cuando asistía a la Universidad de East Anglia, en Nolfolk, concibió su primera novela, “Pálida luz en las colinas” (1982), que trata sobre la recuperación del Japón después del lanzamiento de la bomba.
La importancia que para nosotros conserva en sí la escritura creativa de Ishiguro es que nos permite una mirada retrospectiva al pasado, sobre todo en el Asia, ahora que es posible una conflagración nuclear en Corea del Norte, como antes en el Japón imperial, o la caída del Muro de Berlín, la invasión a Irak que sirvió de asidero para “las nuevas ideologías de ultraderechas y los nacionalismos tribales”.
Como él mismo nos cuenta, la Inglaterra que conoció en 1960 (en ciudad Guilford, Surrey, al sur de Londres) está desaparecida: en las universidades apenas empezaba el multiculturalismo, eran los años de los Beatles (constituido desde 1962, en Liverpool), la revolución sexual, el movimiento hippy; en fin, él fue el primer japonés en Guilford, cuando asistió de joven al coro de la iglesia.
Entonces, Japón y el Reino Unido eran enemigos. También narra que en ese período de su vida (con el pelo largo hasta los hombros y de bigote del tipo que lo elige a uno), que gracias al afecto, la generosidad y actitud abierta de los ingleses, pudo recordar al Japón ancestral y además preservarlo para la literatura.
En su novela ‘Los restos del día’ (merecedora de la Orden de las Artes y las Letras por parte del Ministerio de Cultura de la República Francesa, 1989), Kazuo Ishiguro empieza a lucir como un escritor británico, internacional, con “una historia ambientada en lo que parecía un mundo singularmente inglés”, pero en mucho sentido una interpretación luminosa del pueblo nipón.
Varias de sus novelas están ambientadas en el pasado, como por ejemplo “Un artista del mundo flotante” (1986), donde la acción se sitúa en su ciudad natal en los años posteriores al bombardeo atómico de 1945, y “Nunca me abandones” (2005), una historia que transcurre en un mundo alternativo, similar pero distinto al nuestro, durante los postreros años 90 del siglo XX.
En la novela cuenta la vida de unos jovencitos que estudian en el internado de Hailsham, son como cualquier grupo de adolescentes en medio de situaciones anodinas y cotidianas y también fueron un juvenil triángulo amoroso. Sin polemizar sobre ningún tema (sexo, amor, juego de poder), demuestra el autor que las ficciones sirven para enseñar y transmitir sentimientos.
El 7 de diciembre de 2017 agradeció a la Academia sueca, a la Fundación Nobel y al pueblo sueco el premio de literatura, en el que hizo un llamamiento a los escritores de generación más joven; los instó a buscar con más energía para descubrir las gemas de lo que hoy siguen siendo “culturas literarias desconocidas”, les pidió mantener la mente abierta ante ellos, escucharlos y aplaudirlos. Su evocación final fue para recomendarles que “la buena escritura y la buena lectura derribarán barreras”.