¿Jugada publicitaria o desafío real a la Constitución? Impacto mediático y político del merchandising polémico con aroma de tercer mandato que revive el tabú constitucional
La Organización Trump ha sorprendido al lanzar en su tienda oficial una línea de mercancía con el eslogan “Trump 2028”, a pesar de que la Constitución de Estados Unidos prohíbe taxativamente que un presidente ejerza un tercer mandato. Entre los productos destacan gorras rojas (a USD $50) y camisetas (USD $36) con la inscripción “Trump 2028” en grandes letras blancas.
Por si quedaran dudas sobre el mensaje, las prendas llevan impreso el lema “Reescribe las reglas”, una aparente alusión directa a la norma que impide a un presidente sobrepasar dos mandatos. Incluso se comercializa un juego de vasos con el mismo motivo.

La noticia de este inesperado guiño a un tercer periodo presidencial rápidamente generó revuelo. En redes sociales, Eric Trump, hijo del exmandatario y alto ejecutivo de la empresa familiar, publicó orgulloso una foto luciendo la nueva gorra, acompañada de capturas de pantalla de correos de periodistas consultando sobre el polémico producto. También promocionó en la plataforma X (antes Twitter) la camiseta con la frase “Trump 2028 (Reescribe las reglas)”. La propia descripción en la tienda insta al público a “¡hacer una declaración!” con este gorro de “corona alta” – y ciertamente lo ha logrado, generando una intensa conversación nacional.
El lanzamiento coincide, no casualmente, con los primeros meses del segundo mandato de Donald Trump como presidente. Con apenas 100 días cumplidos de gobierno y encuestas mostrando cierta erosión en su índice de aprobación, esta táctica de “campaña permanente” mediante merchandising parece buscar mantener a Trump en el centro del debate público. La incógnita es si se trata simplemente de un ardid propagandístico o el síntoma de algo más profundo: una intención real de romper el candado constitucional del límite de mandatos presidenciales.
Un desafío legal: la Enmienda 22 bajo la lupa
Desde la perspectiva jurídico-constitucional, la maniobra de Trump choca de frente con la 22ª Enmienda de la Constitución de EE.UU., ratificada en 1951 tras los cuatro mandatos de Franklin D. Roosevelt. Dicha enmienda establece claramente que “ninguna persona será elegida para el cargo de Presidente más de dos veces”, consagrando en la ley el límite de dos mandatos que Washington inauguró por tradición y que Roosevelt rompió por necesidad histórica.
En la práctica, esto bloquea una candidatura de Trump en 2028, dado que ya ocupó la Casa Blanca de 2017 a 2021 y nuevamente a partir de 2025. Cualquier intento de prolongar su poder más allá del segundo término requeriría reformar la Constitución, un proceso deliberadamente difícil que exige mayorías súper calificadas en el Congreso y la ratificación de 38 estados.
Donald Trump, sin embargo, no descarta esa posibilidad. En una reciente entrevista telefónica con NBC News, el mandatario se negó a cerrar la puerta a un eventual tercer mandato. “Mucha gente quiere que lo haga”, afirmó entonces, agregando a renglón seguido: “No estoy bromeando”. Si bien matizó que “aún es muy pronto” para hablar del tema, llegó a insinuar posibles vías para sortear la restricción legal: “hay métodos para hacerlo”, aseguró, enigmáticamente.

Tales palabras encendieron las alarmas entre expertos en derecho y observadores de la democracia estadounidense. “Es ilegal. No tiene ninguna posibilidad. Eso es todo lo que hay que decir”, sentenció sin rodeos Michael Waldman, presidente del Centro Brennan para la Justicia, resaltando que cualquier plan en ese sentido nacería muerto en lo jurídico.
Aun así, la mera sugerencia presidencial de que existen “métodos” alimentó especulaciones. Algunas teorías apuntan a lagunas legales: por ejemplo, la idea de presentar a un aliado como candidato en 2028 (se mencionó jocosamente al vicepresidente J.D. Vance) para que, una vez electo, este renuncie y ceda el poder a Trump.
Sin embargo, la propia Constitución contempla obstáculos para esas maniobras: la Enmienda 12 establece que nadie inelegible para ser presidente puede ser vicepresidente, cerrando una de las vías sugeridas de “rodear” la Enmienda 22. Otra opción discutida sería que Trump asumiera un cargo en la línea de sucesión (por ejemplo, la presidencia de la Cámara de Representantes) y llegase de ese modo a la Casa Blanca, pero semejante escenario sería políticamente rocambolesco e igualmente contrario al espíritu constitucional.
En el Capitolio ya hubo quien intentara darle visos de legalidad al sueño de “Trump 2028”. En enero, el congresista republicano Andy Ogles, representante por Tennessee y parte del ala más leal a Trump, presentó un proyecto de ley proponiendo enmendar la 22ª Enmienda para habilitar un tercer mandato en caso de mandatos no consecutivos.
La propuesta de Ogles incluso excluía explícitamente a expresidentes que hayan cumplido dos periodos consecutivos (como Barack Obama) de beneficiarse del cambio. En la práctica, era una enmienda “hecha a la medida” para Trump. Pero modificar la Constitución es deliberadamente engorroso: requiere el voto de dos tercios en ambas cámaras del Congreso y la ratificación de tres cuartas partes de los estados, un umbral políticamente inalcanzable en el polarizado clima actual.

La iniciativa de Ogles, por tanto, no pasó de ser un gesto simbólico – de cara a la galería trumpista – sin recorrido real. Incluso dentro de las filas republicanas, la idea de allanar el camino a un tercer mandato ha sido recibida con frialdad o abierta burla. “Trump no podría aspirar a un tercer mandato sin un cambio en la Constitución”, recordó con tono diplomático el líder de la minoría en el Senado, John Thunet. Más explícito fue el republicano John Curtis, quien entre risas dijo: “No habría apoyado ni un tercer mandato para George Washington… Así que la respuesta es NO”.
Entre la provocación y la propaganda: la estrategia comunicacional
¿Por qué, entonces, Donald Trump lanza esta línea de merchandising abiertamente contradictoria con la Constitución? Analistas coinciden en que responde a una estrategia comunicacional calculada. Trump y su entorno “han coqueteado repetidamente” con la idea de un tercer mandato en los últimos años, usándolo como herramienta de agitación política y mediática.
Desde mucho antes de recuperar la Casa Blanca, Trump bromeaba en mítines con permanecer más allá de lo permitido – llegó a alabar a líderes extranjeros que eliminan límites de mandato, sugiriendo medio en broma que EE.UU. “podría intentar eso algún día”. Estos mensajes ambivalentes sirven a varios propósitos comunicativos a la vez.

En primer lugar, marcan la agenda informativa a su favor. La mera puesta en venta de una gorra con “Trump 2028” logró titulares internacionales y amplias discusiones en medios y redes, saturando el espacio mediático con el tema que él eligió. Es una táctica conocida: Trump consigue, con un simple producto de su tienda, lo que otros políticos obtienen con costosas campañas publicitarias.
La polémica generada funciona como publicidad gratuita. Como señaló un comentarista, se trata de “bravata típica trumpiana mezclada con mercadeo astuto”, todo muy tongue-in-cheek (en tono burlón). En otras palabras, Trump domina el arte de provocar controversias que mantienen su nombre en boca de todos, ya sea para elogio o condena.
El lema “Reescribe las reglas” encaja perfectamente en la narrativa trumpista de desafiar al establishment. Comunica a su base el mensaje de que Trump está dispuesto a romper esquemas y no jugar según las normas tradicionales de Washington. Eso refuerza la imagen de outsider rebelde que tantos réditos políticos le ha dado.
Para sus seguidores, comprar y lucir una gorra “Trump 2028” es casi un acto de desafío cultural: una forma de decir que no aceptan las reglas impuestas por las élites políticas. Desde la comunicación política, es un eslogan potente que canaliza el resentimiento anti-establishment en algo tan simple como un accesorio de vestimenta.
Al mismo tiempo, la campaña del tercer mandato actúa como termómetro del ambiente político. Al lanzar este “globo de ensayo” en forma de merchandising, Trump puede medir reacciones: ¿Cuánta indignación genera en sus opositores? ¿Hasta dónde lo apoyaría su base en una empresa así?
¿Se abre un debate público sobre los límites presidenciales? De hecho, las reacciones en redes sociales evidenciaron una división incluso entre sus propios simpatizantes. Junto a los incondicionales entusiastas, algunos seguidores manifestaron reparos: “No va a pasar, somos MAGA pero en esto trazamos la línea”, escribió un usuario, instando a buscar otro candidato para 2028. Otro respondía con sorna: “Nice troll, bro” (buena broma, hermano), tomándoselo como lo que quizás sea: una provocación para hacer rabiar a los detractores. Estas reacciones sugieren que, comunicacionalmente, Trump 2028 opera en múltiples niveles: entusiasma a los más leales, pone a prueba los límites de apoyo de otros, y enfurece a sus críticos, todo a la vez.
Cálculo político y repercusiones en Washington
En el terreno político-estratégico, la movida de “Trump 2028” obliga a distintos actores a posicionarse, al menos discursivamente. Para Trump, insiste su círculo, el objetivo inmediato no es tanto concretar una reforma constitucional (improbable) sino mantener cohesionado a su movimiento y enviárse un mensaje al establishment de Washington: él sigue siendo el centro de gravedad de la política estadounidense, al punto de que puede darse el lujo de sugerir extender su presidencia y hacer que todos hablen de ello.
El lema “Reescribe las reglas” no solo vende gorras, sino que encapsula la filosofía política de Trump: desafiar constantemente los límites institucionales establecidos – ya sea las normas de decoro, los precedentes legales o, en este caso, la propia Constitución. Cada controversia de este tipo refuerza ante sus bases la idea de que Trump lucha contra un sistema amañado de reglas “injustas” o anticuadas que deben cambiarse.
No obstante, esta estrategia conlleva riesgos dentro de su propio partido. Si bien la mayoría de los líderes republicanos apoyan a Trump en gran medida, muchos han preferido esquivar o minimizar el asunto del tercer mandato. Reconocen que insistir abiertamente en esa posibilidad los colocaría en una posición incómoda: entre la lealtad al líder y el respeto al orden constitucional. Hasta ahora, fuera de figuras marginales como Ogles, no hay un apoyo serio dentro del Partido Republicano para eliminar la Enmienda 22.
Por el contrario, pesos pesados republicanos han reafirmado (aunque sea con humor) su compromiso con el límite de dos mandatos. Hay un cálculo político implícito: insistir demasiado en “Trump 2028” podría alienar a votantes moderados y dar munición al Partido Demócrata, que no dudaría en pintar a Trump como alguien con aspiraciones autoritarias. Así, muchos republicanos prefieren tratar el asunto como una mera broma o asunto hipotético, antes que tomarle la palabra al expresidente.

Del lado demócrata, en cambio, la respuesta ha sido de alarma y aprovechamiento político. Dirigentes y legisladores liberales han saltado a condenar la venta de este merchandising como prueba de las tentaciones antidemocráticas de Trump. “Esto es lo que hacen los dictadores”, advirtió Ken Martin, presidente del Comité Nacional Demócrata, denunciando que Trump antepone sus ambiciones personales al bienestar del país.
Otros señalan que, así como no se tomó en serio la posibilidad de que Trump desconociera una derrota electoral hasta que ocurrió el asalto al Capitolio el 6 de enero, tampoco debe subestimarse este discurso del tercer mandato: ven en él un globo sonda que podría sentar las bases de una crisis constitucional en 2028 si Trump intentara realmente aferrarse al poder.
En el Congreso, legisladores demócratas han recordado públicamente que “la Constitución no es opcional” y que jurar defenderla implica acatar el límite de dos mandatos, por mucho que a Trump le incomode. En suma, políticamente Trump ha logrado que incluso una iniciativa tan inusual como vender una gorra se convierta en un campo de batalla retórico entre quienes ven en ella una amenaza real y quienes la descartan como una estratagema más.
La cobertura en los medios, visiones desde izquierda, centro y derecha
El fenómeno “Trump 2028” ha sido cubierto de maneras muy distintas según el sesgo editorial de los medios, revelando narrativas casi opuestas. La misma noticia –un expresidente vendiendo artículos que sugieren violar la Constitución– fue interpretada con énfasis y tonos divergentes a lo largo del espectro informativo:
Enfoque mediático | Narrativa predominante | Terminología y tono |
Prensa progresista (izquierda) | Plantea a “Trump 2028” como una grave amenaza a la democracia y al orden constitucional. Enfatiza que la mera insinuación de prolongar el poder imita prácticas de regímenes autoritarios, alertando sobre un posible quiebre institucional. Por ejemplo, varios titulares compararon abiertamente a Trump con líderes fuertes extranjeros, y se recordó que “esto es lo que hacen los dictadores”. | Tono de alarma e indignación. Se emplean términos contundentes como “dictador”, “autoritario”, “golpe a la Constitución” o “deriva antidemocrática”. La cobertura en este sector destila preocupación por la salud de las instituciones y suele incluir advertencias de expertos sobre el peligro de ignorar estas señales. |
Medios centristas | Abordan el tema de forma objetiva y contextual. Informan la novedad de la tienda de Trump vendiendo gorras y camisetas “Trump 2028”, pero enseguida recuerdan el hecho clave: la Constitución prohíbe un tercer mandato. Suelen aportar contexto histórico (la introducción de la 22ª Enmienda tras F.D. Roosevelt) y citar a juristas que coinciden en que es “altamente improbable” que Trump pueda extender su presidencia. En general, presentan la información sin adjetivos incendiarios, dejando que los hechos hablen por sí mismos. | Tono neutral y analítico. El lenguaje es sobrio: se habla de “impedimento constitucional”, “límites legales vigentes” y “sondeo de posibilidades” sin juicios de valor manifiestos. Las notas centristas tienden a subrayar la literalidad de la ley (“ninguna persona podrá ser elegida más de dos veces…”) y a enfatizar declaraciones de expertos señalando lo remoto del escenario de un tercer mandato (p. ej., “la mayoría de los expertos discrepa” de que haya forma viable de lograrlo). El grado de alarma es bajo; predomina la exposición de datos y posturas de ambos lados de manera equilibrada. |
Prensa conservadora (derecha) | Tiende a enmarcar “Trump 2028” como una provocación deliberada o una broma para molestar a los oponentes, más que como un plan serio. Muchos medios afines a Trump sugieren que la controversia es sobredimensionada por sus críticos y que en realidad esto forma parte del estilo combativo del expresidente, quien disfruta “rompiendo esquemas” y descolocando a la prensa tradicional. Se destaca el carácter de globo de ensayo o de merchandising ingenioso que mantiene a Trump en el candelero sin implicar una acción concreta. | Tono minimizador e incluso jocoso. Se utilizan expresiones que restan hierro al asunto: se habla de “Trump siendo Trump”, de “bravata” o “truco publicitario”. Comentarios en medios y redes de derecha calificaron la iniciativa de “táctica de marketing” más que de desafío real. Predomina la idea de que la indignación liberal es exagerada (“los medios se lo toman demasiado en serio”); en cambio, se invita a verlo con humor. No es raro ver columnas opinando que esta polémica confirma cómo Trump “maneja a sus adversarios a su antojo”, o incluso celebrando la astucia tras el eslogan “Reescribe las reglas”. En resumen, se transmite escasa alarma institucional y sí cierta admiración por la jugada audaz, tratándola como parte del espectáculo político habitual. |
¿El inicio de una dinastía?
Pero hay quienes advierten que el verdadero mensaje oculto detrás del merchandising “Trump 2028” no es la reelección imposible de Donald Trump, sino algo más ambicioso y estratégico: la instauración de una dinastía presidencial. En esta lectura, la gorra no sería una provocación aislada, sino la primera señal pública de una operación cuidadosamente orquestada para proyectar al apellido Trump más allá de los límites constitucionales que frenan al patriarca.
Eric Trump, al mostrarse como el rostro visible de la campaña “2028”, podría estar siendo esculpido como el sucesor directo del movimiento MAGA, presentado no como un imitador sino como el legítimo heredero de su padre. Aún más audaz es la mención incipiente de Barron Trump, el hijo menor, que con apenas 18 años ya empieza a captar la atención mediática como figura pública, participando por primera vez en convenciones y eventos.
¿Es esta la construcción silenciosa de una narrativa de sangre, poder y continuidad? ¿Está la familia Trump ensayando la fórmula clásica de las monarquías disfrazadas de repúblicas, donde el linaje sustituye al mérito? La idea de “Trump 2028” podría entonces ser menos un grito de rebeldía constitucional y más el emblema inaugural de un proyecto dinástico sin precedentes en la historia moderna de Estados Unidos. Una maniobra que busca, con gorras y camisetas, naturalizar la idea de que el poder no se transfiere, se hereda.
Epílogo: entre la broma y la historia
El episodio de las gorras “Trump 2028” ilustra, una vez más, la capacidad de Donald Trump para mover los límites de lo concebible en la política estadounidense. Legalmente, la barrera para un tercer mandato parece infranqueable –y el consenso experto es que continuará siéndolo–, pero comunicacionalmente Trump ha conseguido instalar su narrativa: la de un líder dispuesto a desafiar cualquier regla establecida. Mientras sus adversarios ven en ello la confirmación de un instinto autoritario que debe ser frenado, sus partidarios lo interpretan como la prueba de un político heterodoxo y combativo, ajeno a la “corrección política” y las normas tradicionales.
A menos de tres años de las próximas elecciones, Estados Unidos asiste a un hecho inédito: un presidente en ejercicio promocionando un mandato prohibido, vendiendo la idea –literalmente, en forma de merchandising– de que las reglas pueden cambiarse si la voluntad popular es suficientemente fuerte. ¿Es simplemente una fanfarronada destinada al consumo de su base, o el prólogo de una batalla constitucional por venir? Por ahora, es ambas cosas a la vez. La historia juzgará si “Trump 2028” quedó en una anécdota mercadológica más de la era Trump o si, por el contrario, fue el primer atisbo de un desafío directo a uno de los consensos fundamentales de la democracia estadounidense. En cualquiera de los casos, el país ha sido advertido –con gorras y camisetas como mensajeras– de que Donald Trump está dispuesto a, en sus propias palabras, reescribir las reglas.

Más bien estamos visualizando algo más profundo que se asoma. ¿Qué pasará si los límites constitucionales no son rotos, pero sí doblegados por la herencia? ¿Qué ocurre cuando el poder no se perpetúa en una persona, sino en una familia? ¿Es la democracia lo suficientemente fuerte para resistir el peso de un apellido convertido en institución? ¿Es este el inicio de la era Trump, no como individuo, sino como dinastía? ¿Y los norteamericanos, como ciudadanos, serán simples meros espectadores o guardianes de las reglas que protegen la libertad?
La historia juzgará si “Trump 2028” fue solo una broma costosa… O la primera piedra de algo que podría cambiarlo todo. o más bien es el inicio de una nueva dinastía en la política. El tiempo dirá cuando nos aproximamos al 2028, pero todo indica que veremos cambios profundos que impactaran al mundo.
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