El patricio Juan Pablo Duarte es un referente fuerte y de trascendencia histórica sin precedente en todos los sentidos, a través del tiempo.
Quién de nosotros puede olvidar que puso su patrimonio personal al servicio de la República naciente, expuso su vida en escaramuzas bélicas, dejó testimonio escrito del alcance de su pensamiento cívico; y, sobre todo, constituye un ejemplo único de pulcritud y transparencia en el gasto del dinero público.
Hoy, cuando celebramos el 209 aniversario de su nacimiento, podemos pasar balance a su trayectoria y avatares cívicos y personales para que, cada uno de los dominicanos, podamos sentirnos orgullosos de nuestra nacionalidad.
Ahora, ¿podemos hacer ese mismo escrutinio a la vida y acciones de todos los dominicanos, que comprometidos con el futuro de esta nación, juran y ocupan importantes carteras del Estado? ¿Hasta dónde podemos medir el alcance del pensamiento cívico de cada uno? ¿Hasta dónde son capaces de permitir un examen de transparencia con relación a los recursos económicos que están bajo su responsabilidad?
¿De qué dureza, sin claudicar, está hecha su reciedumbre moral y ética? ¿Quién de nosotros, los dominicanos del presente, tendremos el compromiso de cultivar una historia que surque los siglos y se mantenga incólume por 208 años como Juan Pablo Duarte, líder y fundador de la sociedad secreta llamada La Trinitaria?
Murió relativamente joven, a los 63 años, el 5 de julio de 1876. En cambio, una sola frase de su ideario viaja a través del tiempo, como una poderosa advertencia.
La Nación está obligada —dijo Juan Pablo Duarte— a conservar y proteger por medio de leyes sabias y justas, la libertad personal, civil e individual, así como la propiedad y demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen.