Apenas se inicia el año escolar 2024-2025 y de inmediato se renuevan los casos de intoxicaciones alimentarias de estudiantes, esta vez en un centro educativo de la ciudad de Santiago, impactando negativamente en un componente vital en la educación preuniversitaria.
Por supuesto, no es la primera vez que ocurre este tipo de eventos en la historia de la iniciativa oficial cuyo objetivo consiste en proveer alimentación en las instituciones educativas y, así, responder a la lógica de atención integral en procura de la dotación de condiciones adecuadas para que el proceso de aprendizaje pueda desarrollarse, minimizando los potenciales impactos que se derivan de las características socioeconómicas de los estudiantes y de las condiciones del entorno.
En la cotidianidad de la vida humana ocurren situaciones que son axiomáticas, es decir, que simplemente se admiten sin demostración porque, asumir lo contrario, sería ir en contra de la racionalidad y de la lógica. En principio, se pensaría que a nadie se le ocurriría negar la intoxicación alimentaria de decenas de educandos en la escuela Herminia Pérez, de la ciudad de Santiago; esto ante tanta evidencia.
En el Instituto Nacional de Bienestar Estudiantil (INABIE), responsable de la implementación del Programa de Alimentación, parece que no se actúa con racionalidad ni lógica, a partir de su respuesta mediática de que luego de un supuesto levantamiento realizado en el referido centro educativo, ubicado en el populoso y empobrecido barrio Pekín, no se evidenció la existencia de estudiantes intoxicados producto del consumo de leche.
Los padres no tardaron en responder en el sentido de que instruirán a sus hijos para que no consuman el producto lácteo.
La actitud de la institución, adscrita al Ministerio de Educación, parece cónsona con la narrativa gubernamental de negar todo aquello que impacte negativamente en la gestión que encabeza el presidente Luis Abinader, aunque se trate de cuestiones axiomáticas.
En este caso, resulta inaceptable, en virtud de que está en juego la salud de nuestros niños, niñas y adolescentes que asisten a las escuelas públicas.
Existe una frase atribuida al ex presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, en la que señala: “Puedes engañar a todas las personas una parte del tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”.
No estaría mal que, en el INABIE, en particular, y en general los estrategas del Palacio Nacional, la tomen en cuenta para el porvenir en el momento de comunicarse con la población.
Lo ideal es garantizar una alimentación diaria, variada, balanceada, de calidad y adecuada a los requerimientos nutricionales, calóricos y energéticos específicos a cada grupo etéreo, a través de un menú y dieta contextualizada, con pertinencia socio-cultural y en correspondencia con la disponibilidad de los productos e insumos alimenticios característicos de las regiones.
Además, lograr que, al mismo tiempo, promueva una acción pedagógica que permita que este acto se convierta en una experiencia educativa para la formación de hábitos alimentarios en la población escolar.
Hace rato que vengo escuchando deficiencias en la gestión y el servicio de la alimentación. Conozco a muchos padres que optan por preparar los alimentos que consumen sus hijos durante la jornada escolar.
También tengo testimonios de maestros que aseguran que gran parte de los alimentos se destinan a la basura, en vista de la mala calidad.
Ante ese panorama, lo menos es que se dispongan auditorías al Programa de Alimentación Escolar; quizás tenga mejor suerte y no reprueba en el nivel de los maestros que participan en el concurso de ingreso por oposición y los estudiantes criollos en las pruebas PISA.