Los “haters” u odiadores se encuentran por doquier; no desaprovechan oportunidades para descargar las frustraciones contra sus semejantes, sea desde plataformas digitales, instancias de poder temporal o cualquier otro escenario que les permita lanzar el zumo venenoso de la cicuta del rencor y la envidia.
Los dominicanos, desafortunadamente, transitamos la sociedad del espectáculo, como la dibujada por el escritor Mario Vargas Llosa, en la que hasta lo intrascendente es noticia y la búsqueda de la verdad incontrovertible de los hechos resulta sumamente escasa.
Los mediocres, colocados en el bando de los odiadores, no se preocupan por el cuidado de la honra de los demás; cualquier ciudadano puede ser llevado al paredón moral, sobre todo si ostenta la condición de exfuncionario público.
Una caterva de “hacedores” de opinión pulula en la geografía nacional. No vacila en dinamitar la moral de alguien, sólo para satisfacer las mochilas de odio que sus integrantes llevan en sus corazones o en base a una retribución económica.
“Vivre la vie comme une folie”, es una expresión francesa que se refiere a la alocada forma de vivir, en la que el ser humano planifica poco, el tiempo no cuenta y el consumismo parece el norte a seguir de amplios segmentos poblacionales.
Vivimos en automático, como robots, máquinas diseñadas para hacer cosas programadas, y de las cuales se quiere obtener determinados beneficios.
En definitiva, la sociedad nos mantiene entrampados, a través de una serie de mecanismos en cuya cima figuran los medios de comunicación tradicionales y, más recientemente, las redes sociales.
A pesar del vertiginoso desarrollo tecnológico experimentado en las últimas décadas, los medios de comunicación conservan un enorme poder para trazar los patrones y estilos de vida a los diversos colectivos sociales.
El estar “in” y no “out” en una determinada sociedad, constituye una forma de vida a la que prácticamente se nos obliga, casi de manera coercitiva debido a que, de negarnos, parecería que quedamos fuera de este mundo, en palabras del extinto escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano.
Todo este panorama contrasta con la condición natural de la especie humana que consiste en la búsqueda permanente de la felicidad, a pesar de que existan realidades que amenazan con su materialización plena.
A propósito, recientemente, en el marco del Doctorado en Comunicación que curso, bajo la coordinación de las universidades Apec, dominicana, y la San Jorge de Zaragoza, española; hubo una reflexión colectiva acerca de una entrevista en profundidad realizada hace algunos años al profesor de la Universidad de Harvard, Tal Ben-Shahar, titulada “La ciencia de la felicidad”.
No creo que la felicidad adquiera la condición de ciencia, pero el académico hace unos planteamientos que encaminan a una vida mejor.
El profesor Ben-Shahar piensa que el humano no tiene que vivir como un ser infeliz durante su paso por la vida terrenal, si existe la posibilidad o el camino para alcanzar la felicidad.
El problema está en que los seres humanos en general no parecen abandonar el mundo del odio y decantarse por buenas prácticas, abriendo el corazón al reconocimiento de la imperfección, ejerciendo la gratitud y la práctica del bien en la vida.
La manera ideal de rescatar a la sociedad dominicana del camino de la ruindad está en la generación de conciencia moral mediante el fortalecimiento de la educación, sobre todo la preuniversitaria. El aspiracional siempre será contar con poblaciones felices, que rían y que canten.
Mientras que como no existe una ciencia de la felicidad, nada se perdería si nos la inventamos para la sociedad dominicana; quizá sirva de antídoto para nuestros odiadores.