Que me perdonen mis amigos militares (que tengo muchos y muy honorables en las tres Fuerzas), pero estoy cada vez más convencido de que una nación como la nuestra no debe gastar sus recursos y energías en instituciones para la guerra, sino para la paz y el orden.
En esa misma dirección, insisto en mi ponencia de que la Policía Nacional, contaminada con el virus de la corrupción, debe ser volteada como un calcetín, para hacerla de nuevo, de pies a cabeza, con gente nueva y debidamente adiestrada.
Para ello, sugiero que la nueva Policía se quede con lo mejor de la vieja, más todo lo bueno que pueda absorber de la Marina, el Ejército y la Aviación. Lo que sobre, ¡a la calle!, pero eso sí, con una efectiva supervisión y vigilancia, para que no se dediquen a la delincuencia.
Con la montaña de dinero que se ahorraría el Estado, la nueva Policía podría equiparse divinamente, los salarios se elevarían decentemente y hasta sobraría plata para darle algo a la educación y a la salud.
Dicho así, tan llanamente, parece una tontería. Pero no lo es. Ojalá que la idea prenda y que los que tienen poder de decisión la emprendan con valentía y sin amiguismo. Ojalá.