EL PENSÓDROMO
Por: Raphy D Oleo
El ser humano es una sumatoria de virtudes y defectos, pero hay dos virtudes y dos defectos que lo resumen todo, porque ellos conforman y encierran el espíritu del desarrollo humano.
Mi Madre decía que el hombre debía tener todas las virtudes, pero en especial el amor y la fe, mientras que podía tener todos los defectos del mundo menos la ingratitud y la hipocresía.
Cuando me preguntan si creo en Dios, me remito al capítulo 4, versículo 8, primera de Juan: ¨Dios es amor¨. Eso me hace dar todo lo que puedo, amando. Si me cuestionan por la fe, entonces acudo al refranero popular aderezado con mi creencia particular: ¨La fe mueve montañas, pero no es ciega¨.
La ingratitud es el arma que usan los mediocres para buscar culpables de sus fracasos. Quien me abre las puertas de su corazón y de su casa, y coloca una hogaza de pan en mis manos, me convierte en su esclavo y no soy capaz de ofenderlo ni con el aroma de la gardenia.
En tanto que la hipocresía es el escudo de los cobardes para esconder su ignorancia y malas vibras, porque no entienden que, con la hipocresía, al igual que Chacumbele, clavan de manera continua en su corazón, la daga del desapego, del desinterés por la vida, que abrirá las heridas mortales de su felicidad onírica.
El amor, la fe, la ingratitud y la hipocresía son sentimientos consustanciales a la naturaleza humana, pues el entorno juega su papel de forjador de convicciones o actitudes, que nos permiten desarrollarnos conduciendo nuestras vidas moralmente.
Parodiando al apóstol Pablo, creo que la fe es el amor consciente de dar lo que el otro espera con la convicción de no recibir nada a cambio. Por eso cuando los ingratos pierden la memoria la hipocresía es atrevida.