Infortunios y males menores del turista

Infortunios y males menores del turista

Infortunios y males menores del turista

El turista es una persona que, persuadido por falsas necesidades de conocer otras culturas, o dedicarse tiempo de calidad, paga una increíble suma de dinero para viajar. Y viaja, por lo general, en manada miles de kilómetros lejos de su casa hasta llegar a lugares dónde nada se le ha perdido.

Un turista, mientras viaja, es una persona sin identidad, se alimenta de emociones impostadas, de alegrías leves y efímeras. Termina el viaje y de su condición solo sobreviven las fotos y un montón de recuerdos que se vuelven amarillos y desaparecen con los azares del tiempo, atrapados en los laberintos polvorientos de la memoria.

Una vez ubicados en el primer sitio maravilloso de la gira, toda la tropa, como un solo ojo, mira con interés para disparar cámaras o cargar el teléfono móvil con fotos que solo servirán como prueba que justifique el gasto hecho.

A veces darse un gusto de turista por quince días y viajar para «conocer el mundo» se paga con el ahorro de años. O mediante un préstamo financiado y que se convierte en una tormentosa deuda familiar que se arrastra de por vida.

Hay males y riesgos menores. El estómago termina dañado por la ingesta variada y a deshoras de los alimentos. Se pierde el ritmo del sueño, la noción del tiempo, la ubicación original y sin que pueda percibirlo a simple vista, el daño está hecho, y afecta el enfoque correcto y la esencia de los sentidos.

No todo está perdido. Algunas fotos del fastuoso periplo terminan alimentando el insondable cauce de las redes sociales. Y quizá eso y el recuerdo del viaje entre tragos y almuerzos en restaurantes de lujo, cambian el inverosímil juego de su vida por algunos días. Y luego, ¿qué? El triste retorno lo obliga: a desmontar el pasado, a retomar el ritmo de la vida ordinaria y vivir bajo el látigo de los días iguales, a triturar risas y recuerdos distintos; y con los recuerdos, a mirar una y otra vez las fotos que ya habrán cumplido su objetivo capital.

Y yo, ¿en qué momento estoy? De regreso. ¿Todo resultó maravilloso? Una vez estuve a punto de vomitar. Atrapado en mi realidad de ver lo que ya no soy. Ahora que vuelvo a mi rutina dedico tiempo a ver fotos. Ya tengo en una carpeta la selección de las fotos que enviaré a los contactos de mis redes sociales. Voy a presumir sin avasallar. No quiero que se pierdan nada de la gira que hice por Europa. A través de las fotos escucho la sublime música de los recuerdos. Cada edificio, cada espacio, cada piedra, incluso, de monumentos vetustos, tiene en su corazón una bella e inquietante melodía.

En Francia —el primer país que visitamos— recibo ayuda de la manada. Fotos mías para el recuerdo y nombres de lugares, edificios y monumentos emblemáticos que veo por primera vez: el Palacio de Versalles, la catedral gótica de Notre Dame, la Torre Eiffel, el Museo del Louvre, el Pantheon, el Arco del Triunfo y el Puente de las Artes, llamado también puente de los candados.

En Alemania: yo, retratado al lado o frente a otros lugares de interés: restos del muro de Berlín, el símbolo de la Guerra Fría; La Catedral de Colonia, la Puerta de Brandeburgo, que en el pasado dividió a Berlín en dos ciudades opuestas, el impresionante Monumento al Holocausto y el regio Palacio de Reichstag.

En Roma me retrato frente a monumentos hechos de rocas cocinadas por los siglos: el Coliseo, la Basílica de San Pedro, la Capilla Sixtina y la Torre Inclinada de Pisa, la Fontana di Trevi y el Duomo de Milán.

En España vuelvo a repetirme con lugares que cambian de nombre; y yo con otra ropa. Sudado. Impresionantes: el Museo del Prado, Parque del Retiro, La Sagrada Familia, en Barcelona; la Mezquita de Córdoba, la Puerta de Alcalá, La Alhambra de Granada y El Escorial, único y maravilloso.

En Holanda la vida resulta más apacible. Empieza a salir el cansancio. Veo y retrato la basílica de San Gervasio, un trozo del Canal de los Señores. Yo, frente al  imponente Palacio de la Paz, el Castillo de Haar; y finalmente, visito el pueblo Giethoorn, que no tiene calles. Solo canales.

La solidaridad de la manada era limitada; y no siempre estaba para mí. No hice amigos. Cada cual definió sus intereses. Por tanto no resultará extraño que solo estaré yo en las fotos. Así que de manera dosificada voy a publicar uno que otro selfie. Y dos semanas después vendrá lo mejor, la tarea que más me apasiona: dedicarme a borrar todas las fotos. Sí, porque el alud de los recuerdos, mezclado con fotos, en ese momento, se volverá insignificante; y, sobre todo, ya habrá cumplido su fría, perversa y premeditada misión subliminar. El rito se fundamenta. El fuego para azotar la memoria es  necesario si quiero recuperar mi identidad. Seré libre.



Rafael García Romero

Rafael García Romero. Novelista, ensayista, periodista. Tiene 18 libros publicados y es un escritor cuya trayectoria está marcada por una audaz singularidad narrativa, reconocido como uno de los pilares esenciales de la literatura dominicana contemporánea. Premio Nacional de Cuento Julio Vega Batlle, 2016.

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