Indolencia dominicana

Indolencia dominicana

Indolencia dominicana

Miguel Febles

En una nota analítica titulada “Tres magnicidios y un suicidio estremecieron las bases del poder en República Dominicana” (EL DÍA, 18 de noviembre, Pág. 12), leemos este remate: “Hoy los partidos dominicanos han encontrado estabilidad en la instrumentación del Presupuesto General como combustible del poder de facto y fuente de ascenso y enriquecimiento de una clase media devenida en profesional de la política, carente de escrúpulos y con una ética particular.

Esta entente social le permitió a Balaguer una administración de 10 años sin patrocinio”.

Parte del punto de que Joaquín Balaguer, ligado a la vida pública desde 1930, y tal vez antes —si es cierto que recibió un nombramiento de profesor de historia de la literatura en el año 27 del siglo pasado— fue presidente con el apoyo de Trujillo y lo fue a partir de 1966 con el respaldo del gobierno de los Estados Unidos, que había ocupado militarmente el país y se marchó luego de las elecciones.

La entente existe desde la administración de Antonio Guzmán, pero a nadie se le puede ocurrir ir a buscar este acuerdo a un archivo: es tácito.
A partir de este entendimiento los sectores del poder de hecho y los políticos han establecido un sistema de convivencia en el cual la liberalidad se origina en el Estado, que cada vez se descubre más huérfano de dolientes y de guardianes.

La gran masa del pueblo dominicano, que de tanto haber sido acaudillada nunca ha comprendido esto del bien común, ha recibido la oportunidad de desbordar algunas de las inclinaciones de su naturaleza, de la que se alimenta esa corriente del pensamiento criollo denominada “gran pesimismo”, con fuertes raíces en José Gabriel García, José Francisco Bonó, Ulises Francisco Espaillat, José Ramón López y Américo Lugo.

El dominicano común, la gran masa, fue trujillana cuando mandaba Trujillo, boschiana cuando gobernaba Bosch y balagueriana cuando mandaba Balaguer. A partir de 1978 ha sido cada vez menos acaudillada y más empujada, porque los caudillos solían acompañar en la aventura y muchas veces iban a la cabeza, pero cada vez más, a partir de entonces, se le ha dejado por su cuenta y riesgo.

Vemos así a miles de jóvenes a lo largo y ancho del país que ponen en juego cada día su vida, la vida y bienes materiales de otros, en competencias de motos en las que hay a veces envueltas altas sumas de dinero. Miles de veces se les puede ver en horas de trabajo dedicados al pintintín, errabundeando, dedicados a la bachata, a la bebida o al juego.

El poder, en su forma política o en su forma de facto, no muestra ningún interés en la tutela de esa parte de la sociedad.

De esta atmósfera ha brotado una nueva disposición de nuestro carácter: la indolencia ante el bien común. Y esto acaso por la falta de formación en el caso de la gran masa, y la ausencia del sentimiento de identidad en los mandantes.



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