Los atracos callejeros y el raterismo se han convertido en el pan nuestro de cada día -y como dice el manoseado cliché periodístico-, ante la mirada indiferente de las autoridades.
No transcurre un día sin que se reporte algún robo o asalto en plena calle y a la luz del día, generalmente contra mujeres a las que les arrebatan sus carteras o celulares.
Los feligreses que acudieron a la misa oficiada por monseñor Amancio Escapa el domingo pasado en la iglesia de las Siervas de María, en el ensanche Naco de esta capital, fueron testigos de un osado intento de atraco en la misma entrada del templo, acción que no se completó por la rápida intervención de otras personas que estaban cerca del delincuente.
El bandido pudo escapar raudo en su motocicleta.
Esta no era la primera vez que un individuo -se presume que es la misma persona- escoge a la iglesia de las Siervas de María para cometer su tropelía.
Han sido tan repetidas las fullerías en ese lugar, que se le ha pedido a la Policía Nacional un servicio permanente de vigilancia para prevenir nuevos asaltos. La respuesta ha sido el silencio.
Mucha gente opina que lo mejor que pueden hacer los vecinos de las principales ciudades del país es quedarse en sus casas y solo salir a la calle cuando sea estrictamente necesario.
Pero muchas otras personas opinan que eso sería poner el botín en bandeja de plata, en manos de la delincuencia.
¿Para qué tenemos, me pregunto, una Policía Nacional? Quisiera una respuesta convincente.