
Hace veinte años fui descargado en una demanda por difamación, única vez que he debido ir a un tribunal a defender mi honor, porque el consultor jurídico del gobierno de Hipólito Mejía acusó al jefe de prensa del anterior gobierno de Leonel de corromper a directores de periódicos, y ese colega periodista prefirió litigar contra mí por citar lo dicho por otro, en vez de emburujarse con aquel joven político.
Desde entonces, Guido y yo hemos mantenido una des-amistad (porque prefiero no tener enemigos), que lo ha impulsado a insultarme con oprobios por la radio y otros medios, aparte de molestarle mis ascendientes y que estudiara en un colegio de élites.
Él podrá justificar su vitriólica animadversión por mis opiniones políticas, pero hoy confieso sin ánimo contemporizador mi sorpresa ante su éxito al reinventarse a sí mismo, o al menos su imagen pública, como presidente del Indotel.
Advertí previo a su ansiado decreto que su carácter de fiera política opacaría a sus rivales internos del PRM. Y efectivamente, en medio del “naesnaísmo” y creciente preocupación por denuncias de corrupción gubernamental, es Guido quien llama la atención a sus compañeros.
Ha tuiteado: “La victoria del 2020 puso de manifiesto un claro anhelo de adecentar la vida pública. La mayoría electoral se articuló como resultado de una voluntad ciudadana deseosa de restaurar éticamente el país. No lo olvidemos. (…) Los experimentos en política tienen fecha de caducidad.
Por desgracia, en el interregno, pierden los ciudadanos. Obviamente, la incapacidad de la clase partidaria produce vacíos que llenan nuevos mesías. Hagámoslo bien, es más saludable para todos…”. Es el más admirable reposicionamiento desde que Balaguer fue declarado por el PRD como padre de la democracia. Si Guido llega a presidente, lo tendremos bien merecido.