La autorización del uso de aeropuertos dominicanos a tropas estadounidenses es una medida inadmisible desde el punto de vista moral y peligrosa para la integridad de República Dominicana.
La soberanía y la dignidad de la nación quedan comprometidas, en esta relación tan dispareja del débil frente al fuerte, del opresor y el oprimido.
Nadie se imagina que alguna vez se firme un acuerdo que autorice al Ejército dominicano a operar en los Estados Unidos.
Cuando en ese país que tiene más de setecientas bases en territorio ajeno, ni siquiera se permite que la Policía de un estado opere en otro sin seguir un protocolo que lo autorice.
Aunque se habla de cooperación, todo termina en un uso ventajoso para una de las partes, esa que en los últimos tiempos y con la anuencia del Gobierno dominicano, trata al territorio del país como una zona franca, como lo demostró el secretario Marco Rubio incautando un avión ajeno en un aeropuerto local.
Combatir el narcotráfico es una buena causa y ahí el Gobierno dominicano tiene números dignos de reconocerse. Pero, los malos medios prostituyen los buenos fines. Ese el caso de esta cruzada antidrogas que el gobierno de Trump ha organizado y que tiene como blanco político esencial a la Venezuela bolivariana, cuyo gobierno ha sido señalado insolentemente de narcoterrorista y colocado bajo peligro de ataque militar.
Es lamentable que en un conflicto político interno de los venezolanos, el Gobierno dominicano intervenga junto a los estadounidenses, cuando pudo mantener la neutralidad que el buen juicio y la alta diplomacia aconsejaban y jugar un papel de mediador, para lo cual al presidente Abinader y su gobierno le sobraba autoridad moral.
Y miren ya adónde vamos. Se abren nuestros aeropuertos a un país que vive con los bombarderos en el aire y los misiles en la recámara. Una potencia sobre cuyas decisiones el Gobierno dominicano no tiene ningún control y quedamos convertidos en objetivo militar de cualquier país que se considere atacado desde el nuestro. Ese es un peligro real.
Y en cuanto al carácter provisional del tratado, cabe recordar solo un ejemplo: la base naval de Guantánamo, en Cuba, fue ocupada provisionalmente en 1903, bajo los términos colonialistas de la Enmienda Platt, se establecía un límite de tiempo a la ocupación.
Ese tiempo se cumplió hace más de veinte años y Guantánamo sigue ocupada, porque, según la lógica imperialista, la ocupación provisional siempre se queda.