Iglesia católica haitiana celebra 40 aniversario de la visita del papa

Iglesia católica haitiana celebra el 40 aniversario de la visita del Papa Juan Pablo II

Iglesia católica haitiana celebra el 40 aniversario de la visita del Papa Juan Pablo II

Santo Domingo.-“¡Algo tiene que cambiar aquí!”, fue el grito profético del Papa Juan Pablo II durante su visita a Haití el 9 de marzo de 1983, hace cuarenta años.

“Hoy, la situación de nuestro país nos empuja a retomar el mismo mensaje del Papa Juan Pablo II: “¡Algo tiene que cambiar aquí!”, escribe la Conferencia Episcopal de Haití (CEH) en un mensaje publicado, expresando su posición sobre las situaciones de miseria y exclusión que vive buena parte de la población.

Los obispos hacen referencia a los 40 años  de la visita del papa y recuerdan “la Iglesia tuvo que enfrentarse a la dura realidad de la época, caracterizada por un poder autocrático que oprimía a los ciudadanos, y cristalizar el grito del pueblo, que tanto deseaba una sociedad libre y democrática. Pero el cambio de régimen político, que se produjo poco después de la visita del Santo Padre, no colmó las esperanzas del pueblo, cuyas expectativas se vieron defraudadas”.

Somos conscientes de las expectativas y cambios profundos que los invaden. No somos indiferentes e insensibles a todo esto. Estamos realmente dolidos por las situaciones de miseria y exclusión que viven muchos de ustedes en este país.

A continuación texto íntegro del mensaje a los obispos católicos de Haití

MENSAJE DE LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA EN HAITÍ

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, Queridos conciudadanos, “¡Algo tiene que cambiar aquí!»

1. Hace cuarenta años, el 9 de marzo de 1983, visitando la tierra de Haití, ante un pueblo puesto de pie contra el yugo de la dictadura, el Papa Juan Pablo II lanzó un grito profético que se hizo eco de la voz de los obispos de Haití.

En efecto, la Conferencia Episcopal había escogido como tema del Congreso Eucarístico, que se celebró en Haití en la misma ocasión: “¡Algo tiene que cambiar aquí!” Aprovechamos esta oportunidad para dirigirnos a ustedes, queridos hermanos y hermanas haitianos, porque los amamos y estamos preocupados por su situación.

Hablamos hoy, no para avivar el pesimismo de más de uno, sino porque amamos a nuestro país igual que ustedes.

Conocemos sus cansancios, sus frustraciones, todo lo que les turba y les impide vivir. Somos conscientes de las expectativas y cambios profundos que los invaden. No somos indiferentes e insensibles a todo esto. Estamos realmente dolidos por las situaciones de miseria y exclusión que viven muchos de ustedes en este país.

La Iglesia Católica en Haití, a pesar de sus heridas y sus limitaciones, nunca deja de caminar con ustedes. Todo lo que toca su vida está en el corazón de la vida de esta Iglesia: sus alegrías y sus esperanzas, sus tristezas y sus angustias, especialmente la de los más pobres, los que sufren. Todo lo que viven en su carne encuentra eco en ella (Cf. Gaudium et Spes, N° 1).

Hablamos hoy simplemente, porque somos miembros de la Ciudad; porque como ciudadanos y como cristianos, no podemos desinteresarnos de lo que afecta la vida de nuestra sociedad haitiana. ¡Haití es de todos! Hoy, la situación de nuestro país nos empuja a retomar el mismo mensaje del Papa Juan Pablo II: «Algo debe haber cambiar aquí!”

2. Al enfrentar las duras realidades de la época, caracterizada por un poder autocrático que oprimía a los ciudadanos, la Iglesia debía cristalizar el clamor de este pueblo que tanto aspiraba a una sociedad libre y democrática.
Pero el cambio de régimen político, que se produjo poco después la visita del Santo Padre, no colmó las esperanzas del pueblo cuyas expectativas se vieron defraudadas.
A medida que pasan los años, más se desintegra la unidad patriótica que puso fin del régimen despótico, para dejar espacio a la división. Se produjeron incesantes disputas internas que engendraron mala gobernabilidad sostenida por la impunidad, la injusticia, la desigualdad excesiva, la corrupción, la violencia, etc.

Con el tiempo, estas fallas que se vuelven sistémicas corrompen todo el cuerpo social y erosionan las condiciones de vida de nuestros hermanos y hermanas, muchos de los cuales viven en la miseria más abyecta.

3. En los últimos años, hemos sido testigos de una ingeniería del mal, hábilmente orquestada con el objetivo de romper todos los soportes, que aún sostenían los sectores de nuestra sociedad.
La violencia sistematizada y planificada desafía a las Autoridades y a las Fuerzas públicas. Sin el menor riesgo de ser molestas, las bandas armadas reivindican sus abominables crímenes: robo, violación, saqueo, incendio, secuestro, asesinato.

En todo el país se multiplican las demostraciones de fuerza, ocupan cada día nuevos espacios, bajo la mirada impasible de las autoridades, cuya indiferencia e inacción son más que desconcertantes.

¿Cómo pueden los gobernantes, que se supone que deben defender y proteger a los ciudadanos, mostrar tanta pasividad ante una violencia tan cruel que hunde a toda la sociedad en la angustia y la desesperación colectivas? Qué resuene en sus oídos y en sus corazones este grito inquietante de todo un pueblo: “¡Algo tiene que cambiar aquí!». ¡Y es ahora! Ya no podemos contar los abusos y crímenes cometidos por estos bandidos, cuyo número crece exponencialmente. Ya no hay un lugar seguro para vivir en el país.

Al salir de sus hogares y regresar a ellos, los ciudadanos quedan a merced de las bandas armadas que imponen sus leyes

4. Ante la total indiferencia e inacción de las Autoridades del Estado, llegando hasta el desprecio del sufrimiento del pueblo, que se suma a las promesas, cada vez defraudadas de países amigos, algunos se preguntan si el país no es objeto de una vasta conspiración, con objetivos inconfesables.

Está claro que solos no podemos combatir este mal que ha echado tantas raíces en nuestro país.

En nombre de la solidaridad internacional y la fraternidad universal, la Sociedad de las Naciones se debe manifestar, en un momento en que todo un pueblo está expuesto al terror de las bandas, que no escatiman mujeres, niños o personas enfermas.
El tiempo es para la acción concreta.

La ayuda que nuestra gente necesita hoy debe definirse, en función de lo que realmente experimenta y sus aspiraciones de bienestar y justicia. El camino de la recuperación en Haití es el de la fraternidad y de la sincera amistad.

5. Como Cristo Resucitado en el camino de Emaús, la Iglesia se propone despertar las conciencias y los corazones, y reavivar la Esperanza, gracias a la luz del Evangelio que es un mensaje de Paz y de Amor.

También a ustedes, queridos conciudadanos, los interpelamos, invitándoles a volver a la Paz, a la Fraternidad y al Respeto a la vida, que es sagrada. La gobernabilidad del país debe tener en cuenta el Bien Común y el interés colectivo, neutralizando cualquier tentación de buscar intereses personales o de clan.

Es el camino real que conduce a una sociedad abierta, a la participación de todos sus ciudadanos a través de mecanismos consensuados. Apelamos, por tanto, a la sabiduría de quienes detentan el poder, para fomentar un clima de confianza susceptible de atraer corrientes divergentes a un diálogo franco, que coloque al país por encima de toda consideración de capilla.

Los instamos a actuar rápidamente, antes de que sea demasiado tarde. Interpelamos con gravedad la conciencia de todos aquellos que cínicamente financian y mantienen estas violencias.
Sus vidas y las de sus seres queridos son sagradas, pero sepan que cada vida es también preciosa.

Cada una de nuestras vidas tiene un valor inestimable. Escuchen el gemido de innumerables inocentes, pidiéndoles que detengan el terror.

Les conjuramos, ¡renuncien a esta violencia que asfixia a nuestros hijos y que destruye a nuestros hermanos y hermanas haitianos! Las víctimas, por su parte, deben obtener justicia y reparación.

¡La gente ha tenido suficiente! ¡No puede más! ¡Realmente es hora de que algo cambie de verdad en esta tierra, a favor de esta gente burlada, humillada, abusada! Realmente es hora «de que los ‘pobres’ de todo tipo puedan esperar de nuevo” (San Juan Pablo II).

6. Al confiar el pueblo sufriente de Haití a Cristo Jesús, quien conoció Él mismo el sufrimiento y las pruebas hasta la Cruz, le pedimos la gracia de la Esperanza, para seguir creyendo en la salvación de este país y trabajar por él con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro corazón.

7. ¡Qué la Santísima Virgen María interceda por nosotros para lograr un final feliz a esta trágica situación sin precedentes, a través del diálogo y la reconciliación!¡Dios les bendiga y bendiga Haití!
Dado en la Sede de la CEH, el 9 de marzo del 2023, 40mo aniversario de la visita de San Juan Pablo II a Haití.

Siguen las firmas de los Obispos de la Iglesia Católica en Haití:

Mons. Launay SATURNÉ, Arzobispo Metropolitano de Cabo Haitiano y Presidente de la CEH Mons.

Désinord JEAN, Obispo de Hinche, Ecónomo de la CEH Mons.

Pierre André DUMAS, Obispo de Anse-à-Veau/Miragoâne Mons. Marie Érick Glandas TOUSSAINT, Obispo de Jacmel Mons.

Quesnel ALPHONSE SMM, Obispo de Fort-Liberté Mons. Max Leroy MÉSIDOR, Arzobispo Metropolitano de Puerto Príncipe, Vicepresidente de la CEH Cardenal Chibly LANGLOIS, Obispo de Cayes, Consejero de la CEH Mons.

Joseph Gontrand DÉCOSTE SJ, Obispo de Jérémie Mons.

Yves Marie PÉAN CSC, Obispo de Gonaïves Mons. Charles Peters BARTHELUS, Obispo de Port-de-Paix



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