Hugo Mendoza. Amigo de la infancia, de esos que uno elije como hermano y lo trata como tal aunque pasen años sin darnos ese abrazo rompecostillas cuya esencia y contenido sólo podemos descifrar los actores de tal choque, repleto de cariño y noble amistad.
Maestro de la Medicina dominicana. ¡Guao! Ese sólo título, Hugo, sin buscarlo, sino otorgándote por tu dedicación, tu sabiduría, tus investigaciones y tu altruismo, bastarían para convertir a cualquiera en un arrogante más de nuestra cuestionada sociedad. Pero no. Todo lo contrario. Desde muchacho, cuando recorríamos junto a otros amigos las tranquilas calles de La Vega nuestra, hasta el último minuto de tu vida, fuiste el mismo ser afable, humilde, apacible y auténtico.
Aunque no lo supieras nunca, yo me sentía orgulloso de contar con un sabio como amigo. Y gocé íntimamente cada homenaje o reconocimiento que con justicia y merecimiento se te otorgaba.
Lástima que la vida nos enrumbó por diferentes caminos, obligándonos así a ver transcurrir largos períodos de tiempo sin vernos ni compartir como lo hicimos en nuestra infancia. Pero aún así, y a pesar de tu partida final, te sigo queriendo, Hugo Mendoza, amigo y hermano.
Hugo Mendoza