Si por lo menos un tercio de la población joven del país fuera expuesta a las experiencias y los testimonios de los médicos traumatólogos, o tuvieran la oportunidad de pasarse una hora en las salas de espera de los hospitales especializados, tal vez estaríamos en la vía de mejorar su comportamiento en las vías públicas.
Algunos relatos recogidos por EL DÍA, y expuestos en reportajes publicados esta semana sobre esta mala faceta de nuestro comportamiento en calles y carreteras, pueden dar luz sobre lo que cuesta tener un accidente de tráfico y vivir para contarlo.
A los involucrados, prudentes o imprudentes, siempre puede costarles la vida.
Pero muchas más veces son huesos rotos que en el mejor de los casos pueden ser reparados con la inmovilización que propicia una venda de yeso o una sintética.
Cuando los traumas generados por los accidentes de tránsito involucran la cadera o la columna vertebral, las personas y las familias pueden verse empujadas a transitar los caminos del infierno.
Y ante esta eventualidad, que pende sobre cada uno de nosotros, uno de los médicos citados en la entrega publicada aparte en esta edición da un consejo que debiera ser repetido: estar alerta ante las señales de tránsito y andar despacio.
Otro elemento de consideración lo es el costo de un accidentado para el sistema de salud, que es como decir para el Estado.
En algunos casos puede tratarse de cientos de miles de pesos, en otros, de millones.
Así como se lee: millones de pesos que pudieran tener un destino diferente deben ser dirigidos a dar atenciones a los accidentados de todo tipo de medios de transporte, pero mayoritariamente de motocicletas.
Sí, de estos conductores que hacen el horror y la locura en las calles dominicanas.