Nada me inmuta.
A veces me río a carcajadas de las cosas que a los demás les resultaban de capital importancia.
La vecina pagó una suma de dinero astronómica por una perrita poodle. Y la bautizó con un nombre altamente posesivo: Mía.
La otra vecina es adicta a la observacion celeste. Y compró un poderoso telescopio. El tiempo se le va mirando estrellas. A veces disfruta el trayecto de un eclipse lunar como el espectáculo más sublime. Y resulta increíble el derroche de tanta devoción por algo tan frío e intrascendente.
Los esposos de las dos vecinas juegan todas las noches un juego silencioso y muy simple. Me invitan y yo, de manera cortés, me excuso. Juegan durante cuatro y cinco horas. Todos los días. Voy sumando. Al mes el juego juega con sus vidas y les consume ciento cincuenta horas.
En un punto del juego la pieza mayor enfrenta un ataque feroz; y uno de ellos grita:
-¡Jaque mate!
© Rafael García Romero