«Un caballero en Moscú», la adaptación de Paramount+ de la novela más vendida internacional de 2016 de Amor Towles, sigue las aventuras de un aristócrata deshonrado a lo largo de las turbulentas décadas que siguieron a la Revolución de 1917.
El escenario del drama histórico es el legendario Hotel Metropol de la capital rusa.
Es ahí donde el protagonista, el noble conde Alexander Ilyich Rostov, es detenido por los nuevos amos bolcheviques de Rusia después de ser denunciado como enemigo de la Revolución debido a su herencia aristocrática.
Aunque el conde y las décadas de arresto domiciliario que soporta en el Metropol son obra de la imaginación de Towles, el escenario en el que se desarrollan los acontecimientos es un hotel real, con una historia que rivaliza con una obra de ficción.
Situado cerca del mundialmente famoso Teatro Bolshoi y a pocos pasos de la Plaza Roja y el Kremlin, el Metropol ha sido testigo de algunos de los acontecimientos más dramáticos de la historia moderna de Rusia.
Su estilo es Art Nouveau, y la construcción comenzó en 1899, financiada por el industrial ruso Savva Mamontov, quien concibió la creación de un «palacio de las artes» con capacidad para 3.000 espectadores.
El arquitecto ruso-escocés William Walcot fue contratado para supervisar el proyecto, mientras que artistas como Mikhail Vrubel y Alexander Golovin crearon la célebre decoración y fachadas del edificio.
Sin embargo, la repentina bancarrota de Mamontov (fue acusado de malversar fondos de una empresa ferroviaria y, aunque luego fue absuelto, enfrentó un fracaso financiero y de reputación) llevó a que la compañía de seguros de Petersburgo interviniera para encargarse del proyecto hasta su finalización.
En consecuencia, el concepto original de Mamontov cambió y se convirtió en un hotel lujoso con un bar de cócteles americano y un restaurante, en la línea del Ritz de París y el Savoy de Londres.
El Hotel Metropol finalmente abrió sus puertas en 1905, justo cuando la agitación revolucionaria en Rusia obligó al zar Nicolás II a ceder ante las reformas constitucionales.
El Metropol fue uno de los primeros lugares en Moscú en tener instalaciones como refrigeradores y ascensores, y en proporcionar agua caliente y teléfono en sus suites para huéspedes.
Pronto se convirtió en un imán tanto para la clase acomodada de Rusia como para los visitantes del extranjero, en vísperas de la Primera Guerra Mundial.
El rol del Metropol en la Revolución
La caída de la monarquía Romanov en la primavera de 1917 allanó el camino para un Gobierno Provisional, que se dispuso a establecer una república rusa.
Pero la Revolución de Octubre de ese mismo año vio a Vladimir Lenin y los bolcheviques tomar el poder en Petrogrado (ahora San Petersburgo) y proclamar el nacimiento de un nuevo Estado soviético socialista.
En Moscú, sus oponentes se refugiaron dentro del Metropol y lo fortificaron.
Pero fue en vano.
Lo que siguió fue una feroz batalla entre las fuerzas leales al derrocado Gobierno Provisional y los bolcheviques, durante la cual el Metropol sufrió graves daños, incluidas ventanas rotas y paredes marcadas por balas.
Incluso durante esta terrible experiencia, el hotel siguió atendiendo a los huéspedes, incluido Tomáš Masaryk, el futuro fundador y primer presidente de Checoslovaquia, quien fue testigo de primera mano de la vorágine.
Las consecuencias del enfrentamiento callejero alrededor del hotel fueron descritas por el periodista estadounidense John Reed, quien hizo referencia a ellas en su clásico relato de 1919 sobre la revolución bolchevique, «Diez días que sacudieron al mundo».
“Habían estallado de nuevo combates desesperados en Moscú…
«Los Guardias Blancos [opositores ultraconservadores de los bolcheviques] ocuparon el Kremlin y el centro de la ciudad… La artillería soviética estaba estacionada en la plaza Skobeliev, bombardeando el edificio de la Duma de la ciudad, la Prefectura y el Hotel Metropole [sic]».
Estrella roja sobre el Metropol
En 1918, los bolcheviques trasladaron la capital de Rusia de Petrogrado a Moscú.
El Metropol fue nacionalizado y se convirtió en la base de muchas instituciones soviéticas, así como en el hogar de los funcionarios del naciente régimen y sus familias.
El cambio se reflejó en el nuevo nombre del edificio: Segunda Casa de los Soviéticos (la primera fue el antiguo Hotel Nacional, no muy lejos del Metropol).
Hasta el día de hoy, un friso de mayólica a lo largo de la fachada del Hotel Metropol frente a la Plaza de la Revolución contiene una cita de Lenin que proclama “Sólo la dictadura del proletariado puede emancipar a la humanidad de la opresión del capital”.
De hecho, el hotel aparece al fondo de una de las fotografías más emblemáticas de la época, la de Lenin pronunciando un discurso en la Plaza Sverdlov (ahora Plaza del Teatro).
Después de la Revolución, a principios de la década de 1920, el Hotel Metropol continuó actuando como centro para algunos de los órganos del gobierno soviético, además de ofrecer habitaciones a los huéspedes.
El desprecio de los bolcheviques por la afectación burguesa significó que los lujosos interiores del edificio pronto se deterioraran por el abandono.
Su deterioro reflejó la pérdida de estatus que sufrieron los miembros de la aristocracia rusa.
Aquellos que no huyeron al extranjero ni pasaron a la clandestinidad vivían en un mundo de sombras bajo la vigilancia de la Checa (la predecesora de la KGB), denunciados como «los de antes».
El conde ficticio Rostov de «Un caballero en Moscú» es uno de ellos.
La principal posada de Rusia
Sin embargo, poco después el Metropol se convirtió en parte integral del intento del gobierno de obtener reconocimiento internacional, y se utilizaba cada vez más para agasajar con diplomáticos extranjeros.
Como consecuencia, el hotel también adquirió la reputación de ser un lugar indecente en el que se permitían relaciones lascivas.
Su célebre restaurante se trasladó bajo el techo de vidrieras de la Sala de la Fuente.
El espectacular espacio fue el escenario del torneo internacional de ajedrez de 1925, en el que el campeón mundial, el cubano José Raúl Capablanca, perdió el título ante su oponente soviético, Efim Bogoljubov.
A medida que se acercaba la década de 1930, con la Unión Soviética en medio de la amplia campaña de industrialización de Josef Stalin (el Primer Plan Quinquenal), comenzó un nuevo capítulo en la historia del Metropol.
Los apparatchiks (burócratas) soviéticos se retiraron.
El hotel se convirtió en una parte intrínseca de la campaña del régimen para atraer a los visitantes extranjeros e impresionarlos.
Embriagadoras dosis de propaganda difundidas por guías turísticos de la Sociedad de toda la Unión para las Relaciones Culturales con Países Extranjeros (más conocida por su acrónimo en ruso, VOKS), exaltaban la gloria del sistema socialista de la URSS.
Durante la década siguiente, personajes importantes pasaron por sus puertas, incluido el dramaturgo ganador del Premio Nobel George Bernard Shaw y los reformadores sociales británicos Sidney y Beatrice Webb.
La década de 1930 fue una época de inmenso sufrimiento, miedo y derramamiento de sangre en la Unión Soviética. Millones de personas murieron de hambre –especialmente en Ucrania– debido a la presión del Kremlin para colectivizar la agricultura al convertir las granjas en propiedad estatal.
La última parte de la década vio la megalomanía paranoica de Stalin manifestarse en juicios y purgas de sus antiguos camaradas dentro de la élite soviética.
El Metropol y la experiencia turística estrictamente controlada aseguraron que las luminarias occidentales se distrajeran de este lado oscuro de la tiranía de Stalin.
No muy lejos de la Lubyanka –la infame sede de la agencia de policía secreta, la NKVD–, el Metropol, como tantos otros lugares, no fue ajeno a las siniestras incursiones de los secuaces de Stalin durante esos años.
En 1938 nació en el hotel una de las más grandes escritoras rusas contemporáneas, Lyudmila Petrushevskaya.
Su infancia allí fue objeto de una memoria de 2017, «La chica del hotel Metropol»
En «Un caballero en Moscú» se pueden notar similitudes entre las experiencias de Petrushevskaya y las de las ficticias Nina y Sofía en la historia de Towles.
La Segunda Guerra y la Fría
Cuando la Alemania nazi invadió la Unión Soviética en junio de 1941, Stalin de repente se encontró cooperando con el obstinado primer ministro británico antibolchevique, Winston Churchill.
Y junto con Estados Unidos después del ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de ese año, los aliados aunaron sus esfuerzos para derrotar al fascismo.
Durante la Segunda Guerra Mundial (conocida como la «Gran Guerra Patria» en varios países postsoviéticos, sobre todo en Rusia), el Hotel Metropol se convirtió en el hogar de varios periodistas aliados que cubrían noticias del Frente Oriental, y transformaron algunas de sus habitaciones en oficinas de prensa.
Sus escritos eran meticulosamente examinados y censurados por las autoridades soviéticas, antes de ser devueltos a los periodistas extranjeros, invariablemente salpicados de correcciones que se ajustaban al ángulo heroico exigido por el Kremlin.
Después de la guerra, el hotel siguió recibiendo visitantes internacionales.
El escritor estadounidense John Steinbeck y el fotógrafo de guerra Robert Capa frecuentaron el Metropol cuando se embarcaron en una gira por la URSS para registrar las vidas de los ciudadanos soviéticos comunes y corrientes, que quedó plasmada en «Un diario ruso» de 1948.
Ese mismo año, Golda Meir, futura primera ministra de Israel, se instaló en el Metropol como primera ministra plenipotenciaria (embajadora) de esa nación ante la Unión Soviética.
En la década de 1950, cuando la Guerra Fría comenzaba a calentarse, Stalin dio la bienvenida a la recientemente establecida República Popular China al campo comunista.
En una recepción a la que asistieron Stalin y Mao Zedong en el acertadamente llamado Salón Rojo del Metropol celebraron la firma del Tratado Sino-Soviético de Amistad, Alianza y Asistencia Mutua a principios de 1950.
Después de todo
Tras la muerte de Stalin en 1953 y el inicio del «deshielo de Khrushchev», el Metropol adoptó una existencia más sedentaria.
Su renombre significó que continuó sirviendo como lugar de estancia en Moscú para los visitantes extranjeros notables, incluida la estrella de cine Marlene Dietrich, en la década de 1960.
A finales de la década de 1980, el Metropol experimentó una extensa restauración mientras la Unión Soviética se embarcaba en un experimento de reformas políticas y económicas sistémicas –perestroika y glasnost– lanzado por Mikhail Gorbachev.
En 1991, las obras del hotel finalizaron justo cuando la URSS se desmoronaba y dejaba de existir.
No así el Metropol, que hoy en día sigue dando la bienvenida a sus huéspedes y comercializa su rico y sorprendente legado.
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