La hiperculturalidad es una innovadora forma de percibir y entender el fenómeno de la cultura en el telón de fondo de la globalización, del evolutivo poder simbólico del dinero y de las transformaciones espaciales, temporales, mentales y de la vida cotidiana que han tenido lugar con el advenimiento de las nuevas tecnologías. Su entrada en vigor en el pensamiento occidental, de la mano del destacado filósofo Byung-Chul Han, por medio de su ensayo titulado Hiperculturalidad.
Cultura y globalización (Herder, 2018), reviste también de un nuevo sentido la idea de la identidad. Lo que fue auténtico, singular, único, homogéneo es ahora múltiple, plural, polisémico, multiforme y multicromático. El texto es ahora hipertexto. La página es ahora pantalla. El yo es ahora una multiplicidad de espejos y de ventanas al ser, incluyendo el segundo yo del ciberespacio. La cultura ya no se reduce a su propia evolución como multiculturalidad, transculturización o interculturalidad.
La hiperculturalidad, en cambio, que se nutre de la ciberculturalidad, elimina lo fáctico (“desfactifización”) y evidente de las culturas, deshace sus costuras históricas, sus limitaciones de raigambreantropológica y sus hendiduras existenciales para, mediante un proceso de disolución y reconstitución, colocarnos ante la hiperculturalidad como yuxtaposición, simultaneidad y disyunción inclusiva de las culturas en la modernidad tardía.
No se trata de provocar un sinsentido, sino más bien, de colocarnos a la altura o la hondura del nuevo sentido de nuestro mundo y de una nueva acepción de la libertad. No son ya los límites o códigos de sangre y suelo, sino los enlaces y las conexiones simultáneas e instantáneas los que van a organizar el hiperespacio de las culturas.
La hiperculturalidad crea las condiciones para una identidad que antes entendimos como algo dado y heredado -pero que con Bauman pasamos a asumir como una tarea o un proceso que se reinician constantemente y durante toda la vida-, y que ahora, en el ámbito de la hipercultura, debe ser armada. La caída del horizonte, en cuanto que pérdida de las perspectivas de pensamiento, identidad y vida, junto a la fragmentación, puntualización y pluralización del tiempo y el espacio son síntomas del presente. Este hecho contribuye a que los ejes y referentes que antes operaron como dadores de sentido, ahora desaparezcan.
El tiempo actual, distinto al pasado, no está provisto de la facultad de dar sentido o de prever un horizonte. Es un tiempo que, más que de aceleración, padece de atolondramiento y dispersión, sin totalidad vinculante. Así es como el ser queda hoy disperso en un hiperespacio de posibilidades y acontecimientos que, en vez de gravitar solo dan tumbos, dejando como estela existencial un doloroso vacío identitario. Aunque parezca paradójico, no obstante, este fenómeno da apertura a lo que Han llama una nueva práctica de la libertad.
La hiperculturalidad no es sinónimo de masa cultural uniforme, acumulada o aditiva sin más, única, monocromática; tampoco de grande o monumental cultura. Por el contrario, genera una profunda individualización. De ahí que, siguiendo las propias inclinaciones o preferencias, el individuo actual pueda armar, aun sea solo por breve tiempo, su identidad, tomando como base el fondo hipercultural de formas y prácticas de vida que conozca. Así se da la emergencia de identidades de tipo “patchwork” (amalgama, crisol) o de colores y formas múltiples, que se corresponden con la posibilidad de que el “Homo eligens” (hombre que elige) de Bauman se transforme o conviva con el “Homoliber” (hombre libre) de Han. La hiperculturalidad crea las bases para una nueva práctica de la libertad, que a su vez es activada por un sujeto que ha armado, para su propia individualización y precariamente, una identidad múltiple y volátil.