Democratic presidential nominee Hillary Clinton speaks during the third presidential debate with Republican presidential nominee Donald Trump at UNLV in Las Vegas, Wednesday, Oct. 19, 2016. (AP Photo/Patrick Semansky)
Washington.- A inicios de este año, un periodista preguntó a Hillary Clinton si siempre había sido honesta con los estadounidenses y la respuesta de la candidata presidencial del partido demócrata fue fiel a su reputación: «Siempre traté de serlo».
Otras figuras políticas posiblemente habrían respondido de forma afirmativa casi automáticamente. Pero Clinton, con su entrenamiento como abogada, mide milimétricamente cada palabra para evitar caer en alguna trampa.
Sin embargo, lo que busca transmitir como un esfuerzo genuino para ser honesta es visto por muchos estadounidenses como una clara duplicidad.
Su faceta pública y su faceta privada quedaron en brutal evidencia con su insistencia en utilizar un servidor privado de correos electrónicos cuando era secretaria de Estado, un escándalo que la persigue sin tregua en la campaña.
Después de tres décadas de vida pública, es el peso que Hillary Clinton sigue cargando. De esta forma, esta contradicción ambulante llega a la elección presidencial como la primera mujer en lograr la histórica hazaña de optar a ser presidente de Estados Unidos y, al mismo tiempo, una de las figuras políticas más impopulares en la historia reciente del país.
A los 69 años, Clinton ha estado bajo escrutinio de la opinión pública desde 1979, cuando tenía 30 años y su marido Bill era gobernador del estado de Arkansas.
Desde entonces, la constante desconfianza a su alrededor se tornó parte de su figura política. «Sé que hay gente que no sabe qué hacer conmigo», admitió en el discurso con el que aceptó ser la candidatura del partido demócrata.
De Chicago a Arkansas
Hillary Diane Rodham nació el 26 de octubre de 1947 en Chicago y creció en una familia de clase media metodista en el apacible vecindario de Park Ridge, en pleno medio oeste de Estados Unidos.
Adoraba a su madre Dorothy y de su padre Hugh Rodham, un pequeño empresario de origen galé,- dice haber heredado la tenacidad, la ética del trabajo y el miedo permanente a perder.
Clinton también heredó de su padre sus convicciones republicanas, que mantuvo hasta sus años de universidad. Buena estudiante, en 1965 ingresó a la prestigiosa universidad para mujeres Wellesley College, cerca de Harvard.
En los tumultuosos años 60, sus cuatro años universitarios le abrieron los ojos en temas como la lucha por los derechos civiles, la guerra de Vietnam y la igualdad de género.
En 1969 entró a la facultad de Derecho de Yale, que ella percibía menos misógino que Harvard y donde conoció a Bill Clinton, su «Vikingo venido de Arkansas».
Su activismo en favor de los derechos de los niños y de las mujeres floreció durante estos años. Al terminar los estudios, prefirió trabajar para una organización de defensa de los niños, mientras Bill se instaló en Arkansas para lanzarse a la política.
Tras un breve paso en 1974 por Washington, en la comisión que investigó el escándalo del Watergate, se reunió de nuevo con Clinton –quien había sido elegido fiscal de su estado y luego gobernador– mientras que ella se unía a un gabinete de abogados. En 1975 se casaron y Chelsea, su única hija, nació en 1980.
Dos por el precio de uno
Hillary Rodham finalmente abandonó su nombre de soltera y adoptó el apellido de su esposo. Se convirtió en la primera dama de Arkansas y en 1993 la de Estados Unidos, después de que su marido llegara a la Casa Blanca.
Su imagen de «copresidenta» a la sombra, alimentada por los republicanos, contrastaba con la tradicional imagen que solían tener las primeras damas, más centradas en asuntos sociales.
Su prueba de fuego fue la reforma del sistema de salud, que terminó fracasando en 1994. Tras perder esa batalla, se refugió en temas menos relacionados con política doméstica como las causas femeninas, especialmente fuera de Estados Unidos.
Entre bambalinas, sin embargo, se ocupó de dirigir la batalla legal en el escándalo inmobiliario Whitewater, que involucraba a su marido.
Pese a la humillación que significó el adulterio de Clinton con la becaria Monica Lewinsky, Hillary se batió con uñas y dientes para impedir que fuese destituido por perjurio por este caso.
Como prueba de su inquebrantable unión, el matrimonio presidencial se sometió a terapia de pareja para superar este bache.
Carrera en solitario
Cuando se aproximaba su partida de la Casa Blanca, Hillary se lanzó a la política y fue elegida senadora por el estado de Nueva York en noviembre de 2000.
En 2004 evitó involucrarse en la disputa presidencial. Pero en 2008 compitió con Barack Obama en las primarias, quien la venció recordando su voto de senadora a favor de la guerra de Irak.
Obama la nombró sin embargo su secretaria de Estado, cargo que desempeñó con rasgos de persona hiperactiva pero sin logros reales, señalan observadores.
Los republicanos la acusan de incompetencia tras el ataque contra el consulado estadounidense en Bengasi (Libia) en septiembre de 2012, durante el que murieron cuatro estadounidenses, entre ellos el embajador.
Su decisión de usar su correo electrónico privado en lugar de las cuentas oficiales del Departamento de Estado suscitó un terrible escándalo que Clinton ha intentado capear durante la campaña, aunque sus adversarios aprovechan para afirmar que se siente por encima de la ley.
Esa imagen, mezcla de dureza y frío realismo, le ha permitido vencer al idealismo del senador Bernie Sanders y obtener, por fin, la candidatura demócrata.