La pandemia de la Covid-19, cuyo rebrote se ha saldado con más de un millón de fallecidos y sobrepasa los cincuenta millones de contagiados a escala global, se empecina en quedar como una dolorosa cicatriz para la humanidad del siglo XXI.
Su modus operandi fuerza nuevamente a la sociedad a los encerramientos, los estados de alarma, los toques de queda y otras medidas que se resumen en la privación de derechos civiles del individuo, persiguiendo preservar un derecho todavía mayor, el de la vida.
Por su grave amenaza y su inmisericorde y lento paso, así como por la secuela trágica que marca su impronta, el nuevo coronavirus ha despertado, al mismo tiempo, las fuerzas del pensamiento científico para combatirlo y contener su avance; del pensamiento filosófico y sociológico para conjeturar acerca de su impacto en la humanidad, sus estilos de vida y su culto profano al consumismo y a la digitalización, y por si fuera poco, ha atizado la flama del genio artístico en Oriente y Occidente, provocando manifestaciones estéticas de inmenso y singular valor en la música, la literatura, las artes visuales, el teatro, la danza, la canción, entre otros.
Parecería que todos los lenguajes pasibles de articulación subjetiva procuraran dejar testimoniado, con su propio acento, la trágica experiencia del mundo presente.
El artista fotográfico Herminio Alberti, sometido por igual a los rigores del confinamiento y a los embates de la soledad, el pánico, la incertidumbre y el desgarramiento que iba provocando la infausta noticia del fallecimiento de amigos y colegas, víctimas de la pandemia o sindemia (sinergia entre dos males), según se la quiera notar, se armó, no obstante, de valor y desde el primer día de su encerramiento, tomó su cámara fotográfica y convirtió en objeto de arte compatible a través de las redes sociales, la escalera de su casa, elevando con ello la señal de que, a pesar de todo, la vida, la esperanza y el futuro seguían siendo alcanzables.
Producto de los primeros 73 días de confinamiento, y como un recurso de escape emocional a la presión psicológica de las circunstancias, nació la serie fotográfica “La escalera y yo en mi cuarentena”, que cada mañana, con inspiradores mensajes textuales, fuimos recibiendo sus cohabitantes digitales, pero que hoy circula en formato de hermoso y alentador libro (Amigo del Hogar, 2020), para extender así su alcance, en complicidad con su esposa Carmen Rosa Sadhalá, su inseparable diseñador gráfico Kutti Reyes y los prólogos a trío de Freddy Ginebra, publicista, autor y promotor cultural, Ángela Caba, profesora de arte y museógrafa, y Miguel Fiallo Calderón, arquitecto y educador.
Ginebra describe con acierto el temple delirante, volcánico del artista, que como Borges con la poesía, vio la escalera con asombro estético, más allá del uso al que la tiene sometida la costumbre. Caba resalta la mirada optimista y lúdica de Alberti sobre cada detalle de la escalera, a pesar de lo trágico del período pandémico.
Fiallo, por su parte, revela su condición de creador de la escalera, de la que no sospechó que, a los pies, manos y mirada de Herminio Alberti, podría trascender sus propios cánones arquitectónicos, para convertirse en arte universal.
Julio Cortazar nos dio sabias lecciones acerca de cómo subir, imaginariamente, una escalera, aunque de revés. Nuestro artista fotográfico vio en la suya, al descenderla cada mañana, el punto de inflexión para una introspección, un análisis abisal de la condición humana.
Con pertrechos poéticos de Neruda, Vallejo y del Palacio, convierte, retomando la magia del blanco y negro, los detalles de un espacio íntimo en amplio y hermoso paisaje para el triunfo de la vida sobre la muerte.