"Hay un país en el mundo", el poema más emblemático del poeta nacional Pedro Mir

«Hay un país en el mundo», el poema más emblemático del poeta nacional Pedro Mir

«Hay un país en el mundo», el poema más emblemático del poeta nacional Pedro Mir

Santo Domingo.- Un día como hoy de 1913 nació Pedro Mir en San Pedro de Macorís, situada en la costa caribeña de la República Dominicana, en un área ligada durante siglos al cultivo de la caña de azúcar.

Es considerado unánimemente el Poeta Nacional. Columnista habitual en la prensa local, analista agudo y sabio de la realidad social antillana, es doctor en Derecho y fue profesor de Estética durante años en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Fue el primero de los tres hijos de Pedro Mir (padre), ingeniero mecánico cubano y de su primera esposa, Vicenta Valentín Mendoza, puertorriqueña de nacionalidad española.

En 1925 ingresa a la Escuela Normal de San Pedro de Macorís. Un año después, se traslada a la Capital junto a su hermana Lilia Marina para continuar sus estudios, que suspende en 1930 a causa del ciclón San Zenón.

En 1932, regresó a Macorís del Mar y en 1937 aparecen unas poesías suyas firmadas con el nombre de »Pedro Mir» y presentadas por el director de la página literaria del antiguo Listín Diario, el escritor Juan Bosch, quien lo anunció como »el poeta social esperado». Se casó en 1939 con Estela Ramírez de Arellano, con quien procreó a Hugo Fernando y Luís Pedro.

Dos años después, en 1941, obtuvo el título de Doctor en Derecho de la antigua Universidad de Santo Tomás de Aquino (hoy Autónoma de Santo Domingo). Abrió un bufete de abogados con Tulio H. Arvelo en la calle Mercedes y en 1944, fue profesor en la Escuela Superior de Peritos Contadores.

Posteriormente fue Secretario Permanente de la Sociedad Dominicana de Prensa. El 1947 viajó a Cuba y se integró junto a Bosch y Tulio Arvelo en la organización de la expedición de Cayo Confite, que procuraba acabar con la dictadura de Trujillo.

Fue en La Habana , en 1949, donde escribió su primera obra poética recogida en un volumen y a la vez su obra maestra: »Hay un país en el mundo”.

Fue editada en México en 1955 y dada a conocer en la República Dominicana en 1962 junto con “Seis Momentos de Esperanza”, en una publicación del grupo estudiantil Fragua.

Entre 1952 y 1953 visitó México, Guatemala, Viena, Checoslovaquia, Rumania y Londres, viajes en los que participó en congresos y conferencias. Tras ese periplo regresó a Cuba donde dirigió el noticiario de Cadena Oriental de Radio.

Realizó otro ciclo de viajes entre 1958, por Estados Unidos y México, donde fue traductor de inglés y francés para la Universidad Autónoma de México (UNAM).

En 1959 regresó a Cuba tras el triunfo de la revolución y allí contrajo matrimonio con Carmen Mesejo García, con quien procreó a sus hijos Celeste, Geraldine y Carlos Pedro José. Regresó al su país en abril de 1963 y de nuevo ejerció la abogacía. Tras el derrocamiento de Bosch viajó a Francia, la Unión Soviética , España y Cuba.

Retornó en 1968, cuando reaparecieron y fueron editados por primera vez los originales de Tres Leyendas de Colores, Ensayo de Interpretación de las Tres Primeras Revoluciones del Nuevo Mundo, después de más de 20 años de escritos. En 1972 fue profesor de Teoría y Crítica de Arte en la UASD y apareció en México en ese mismo año su obra Viaje a la Muchedumbre.

En el 1974 fue designado miembro de número de la Academia de Ciencias de la República Dominicana en consideración a sus investigaciones en el campo de la historia nacional y la estética.

En 1982 recibe el título de Poeta Nacional, propuesto por los tres partidos mayoritarios del país, y otorgado por votación unánime de los miembros de la Cámara de Diputados de la República Dominicana. Falleció el martes 11 de Julio del año 2000.

Sus poemas más destacados son «Hay un país en el mundo», «Si alguien quiere saber cual es mi patria» y «Amén de mariposas».

Compartimos con ustedes el poema «Hay un país en el mundo», donde describe la geografía del país y la laboriosidad de sus gentes dedicadas al cultivo de la caña de azúcar.

Hay un país en el mundo colocado
en el mismo trayecto del sol,
Oriundo de anoche,
Colocado en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.
Sencillamente liviano, como una ala de murciélago apoyado en la brisa.
Sencillamente claro, como el rastro del beso en las solteras antiguas.

o el día en los tejados.
Sencillamente frutal, fluvial. Y material. Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.
Sencillamente triste y oprimido.
Sinceramente agreste y despoblado.

En verdad.
Con dos millones suma de a vida y entre tanto cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía, tres penínsulas con islas adyacentes y un asombro de ríos verticales
y tierra bajo los árboles y tierra bajo los ríos y en la falda del monte y al pie de la colina y detrás del horizonte
y tierra desde el cantío de los gallos
y tierra bajo el galope de los caballos
y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio el amor.
Entonces es lo que he declarado.
Hay un país en el mundo
sencillamente agreste y despoblado.

Algún amor creerá
que en este fluvial país en que la tierra brota,
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde el día tiene su triunfo verdadero,
irán los campesinos con asombro y apero
a cultivar, cantando su franja propietaria.
Este amor
quebrará su inocencia solitaria.
Pero no.
Y creerá que en medio de esta tierra recrecida,
donde quiera, donde ruedan montañas por los valles
como frescas monedas azules, donde duerme
un bosque en cada flor y en cada flor de la vida,
irán los campesinos por la loma dormida
a gozar forcejeando con su propia cosecha.
Este amor
doblará su luminosa flecha.
Pero no.
Y creerá
que donde el viento asalta el íntimo terrón
y lo convierte en tropas de cumbres y praderas,
donde cada colina parece un corazón,
en cada campesino irán las primaveras
cantando entre los surcos su propiedad.
Este amor
alcanzará su floreciente edad.
Pero no.
Hay un país en el mundo
donde un campesino breve, seco y agrio
muere y muerde descalzo su polvo derruido,
y la tierra no alcanza para su bronca muerte.
¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido.
Es un país pequeño y agredido. Sencillamente triste,
triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije
sencillamente triste y oprimido.

No es eso solamente.
Faltan hombres
para tanta tierra. Es decir, faltan hombres
que desnuden la virgen cordillera y la hagan madre
después de unas canciones.
Madre de la hortaliza.
Madre del pan. Madre del lienzo y del techo.
Madre solícita y nocturna junto al lecho…
Faltan hombres que arrodillen los árboles y entonces
los alcen contra el sol y la distancia.
Contra las leyes de la gravedad.
Y les saquen reposo, rebeldía y claridad.
Y hombres que se acuesten con la arcilla
y la dejen parida de paredes.
Y hombres que descifren los dioses de los ríos
y los suban temblando entre las redes.
Y hombres en la costa y en los fríos desfiladeros
y en toda desolación.
Es decir, faltan hombres.
Y falta una canción.

Miro un brusco tropel de raíles
son del ingenio
sus soportes de verde aborigen
son del ingenio
y las mansas montañas de origen
son del ingenio
y la caña y la yerba y el mimbre
son del ingenio
y los muelles y el agua y el liquen
son del ingenio
y el camino y sus dos cicatrices
son del ingenio
y los pueblos pequeños y vírgenes
son del ingenio
y los brazos del hombre más simple
son del ingenio
y sus venas de joven calibre
son del ingenio
y los guardias con voz de fusiles
son del ingenio
y las manchas del plomo en las ingles
son del ingenio
y la furia y el odio sin límites
son del ingenio
y las leyes calladas y tristes
son del ingenio
y las culpas que no se redimen
son del ingenio
vente veces lo digo y lo dije
son del ingenio
«nuestros campos de gloria repiten»
son del ingenio
en la sombra del ancla persisten
son del ingenio
aunque arroje la carga del crimen
lejos del puerto
con la sangre y el sudor y el salitre
son del ingenio.

Plumón de nido nivel de luna
salud del oro guitarra abierta
final de viaje donde una isla
los campesinos no tienen tierra.

Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra.

El aire brusco de un breve puño
que se detiene junto a una piedra
abre una herida donde unos ojos
los campesinos no tienen tierra.

Los que la roban no tienen ángeles
no tienen órbita entre las piernas
no tienen sexo donde una patria
los campesinos no tienen tierra.

No tienen paz entre las pestañas
no tienen tierra no tienen tierra.
País inverosímil.
Donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde alcanza la estatura del vértigo,
donde las aves nadan o vuelan pero en el medio
no hay más que tierra:
los campesinos no tienen tierra.
Y entonces
¿De dónde ha salido esta canción?
¿Cómo es posible?
¿Quién dice que entre la fina salud del oro
Los campesinos no tienen tierra?
Esas es otra canción. Escuchad
la canción deliciosa de los ingenios de azúcar
y de alcohol.

Procedente del fondo de la noche
vengo a hablar de un país.
Precisamente
pobre de población.
Pero no es eso solamente.
Natural de la noche soy producto de un viaje.
Dadme tiempo coraje para hacer la canción.

Y éste es el resultado.
El día luminoso
regresando a través de los cristales
del azúcar, primero se encuentra al labrador.
En seguida al leñero y al picador de caña
rodeado de sus hijos llenando la carreta.

Y al niño del guarapo y después al anciano sereno
con el reloj, que lo mira con su muerte secreta,
y a la joven temprana cosiéndose los párpados
en el saco cien mil y al rastro del salario
perdido entre las hojas del listero. Y al perfil
sudoroso de los cargadores envueltos en su capa
de músculos morenos. Y al albañil celeste
colocando en el cielo el último ladrillo
de la chimenea. Y al carpintero gris
clavando el ataúd para la urgentemente,
cuando suena el silbato, blanco y definitivo, que el reposo contiene.

El día luminoso despierta en las espaldas de repente, corre entre los raíles,
sube por las grúas, cae en los almacenes.
En los patios, al pié de una lavandera,
mojada en las canciones, cruje y rejuvenece.
En las calles se queja en el pregón. Apenas
su pié despunta desgarra los pesebres.
Recorre las ciudades llenas de los abogados
que no son más que placas y silencio, a los poetas
que no son más que nieblas y silencio y a los jueces
silenciosos. Sube, salta, delira en las esquinas
y el día luminoso se resuelve en un dólar inminente.

¡Un dólar! He aquí el resultado. Un borbotón de sangre.
Silenciosa, terminante. Sangre herida en el viento.
Sangre en el efectivo producto de amargura.
Este es un país que no merece el nombre de país.
Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura.
Es cierto que lo beso y que me besa
y que su beso no sabe más que a sangre.
Que día vendrá, oculto en la esperanza,
con su canasta llena de iras implacables
y rostros contraídos y puños y puñales.
Pero tened cuidado. No es justo que el castigo
caiga sobre todos. Busquemos los culpables.
Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos
sobre los hombros de los culpables.

Y esa es mi última palabra.
Quiero oírla. Quiero verla en cada puerta
de religión, donde una mano abierta
solicita un milagro del estero.

Quiero ver su amargura necesaria
donde el hombre y la res y el surco duermen
y adelgazan los sueños en el germen
de quietud que eterniza la plegaria.

Donde un ángel respira.
Donde arde una súplica pálida y secreta
y siguiendo el carril de la carreta
un boyero se extingue con la tarde.

Después no quiero más que paz.
Un nido de constructiva paz en cada palma.
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos y el olvido.

Tomado de Educando



El Día

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