Haití: solidaridad sí, invasión no

Haití: solidaridad sí, invasión no

Haití:  solidaridad sí, invasión no

German Marte

La desesperación ha sido y será una mala consejera. Solo el miedo es peor.

El presidente Luis Abinader y todo el país tienen razones para estar muy preocupados por el desorden que impera en Haití, pero tampoco hay que volverse loco.

Ciertamente, cualquier situación que afecte a tu vecino será también motivo de preocupación en tu casa.
Sin embargo, así como a lo interno es pernicioso alarmarse más de lo debido ante una crisis, sea un tema de salud o cualquier otra emergencia, peor resulta traspasar ciertos límites cuando el problema es en la casa de al lado.

La decisión de reforzar la seguridad en la frontera con 11 mil soldados –acción costosísima, por cierto– es un ejercicio de soberanía a lo cual el país tiene pleno derecho.

Controlar quien entra o sale a su territorio también.
A lo que no tiene derecho el gobierno dominicano, por más preocupado que esté, es a sugerir que Haití, ni ninguna otra nación, sea invadida por fuerzas extranjeras so pretexto de que allí hay una anarquía mayúscula o de que ese empobrecido país representa un peligro inminente para nuestra seguridad –lo cual siempre me ha parecido exagerado–.

Los derechos de República Dominicana terminan allí donde comienzan los de Haití, y viceversa, es decir en la frontera. Hasta ahí. No más.

Ni el gobierno ni el empresariado dominicano deben soslayar que Haití es nuestro segundo socio comercial y que incitar al odio, a la desconfianza o el rechazo, obstaculiza el comercio con esa nación, lo cual nos perjudica tanto o más que a ellos.

Así de simple. Por lo tanto tenemos el deber de tratar el tema con la sutileza que impone la diplomacia y los intereses de nuestros productores y comerciantes.

El Estado no debe manejarse con miedo ni con temeridad. Lo sensato es evitar los extremos. No ofender al mejor cliente es un axioma entre gente que sabe y vive del comercio, aunque no nos guste su forma.

Contra pandilleros y mafiosos está muy bien que los dominicanos seamos intransigentes, implacables.

Por el contrario, creo que la Cancillería se pasó de celos cuando dispuso que no seguirá expidiendo visas para estudiantes haitianos. A quienes más les conviene que más jóvenes haitianos se preparen profesionalmente es a los dominicanos. El capital humano es esencial para el desarrollo de una nación.

La mejor inversión que podría hacer el Estado dominicano por la seguridad nacional es viabilizar –en la medida de sus posibilidades– la formación de más y más jóvenes haitianos. Además, los haitianos no estudian becados en las universidades de aquí, pagan y bien caro.

Así es que con todo respeto, “pausar indefinidamente el programa especial de visados para estudiantes haitianos en República Dominicana” es un soberano disparate, un absurdo.

Volviendo al clamor del presidente a la comunidad internacional, vale recordar que Haití fue invadido, ocupado por tropas de la ONU (Minustah) durante 13 años y cuando los cascos azules salieron lo dejaron en peores condiciones que cuando llegaron.

Con el asesinato del presidente Jovenel Moïse las cosas parecían haber tocado fondo, pero todo ha empeorado por el control que tienen las bandas de delincuentes en gran parte del país.

Aún así, la penosa y peligrosa realidad que vive el pueblo haitiano debe ser resuelta allá por el gobierno, partidos, sociedad civil, iglesias, pero ellos. Si la comunidad internacional quiere aportar, que lo haga, pero con solidaridad. Con otra invasión no se resolverán sus problemas.



German Marte

Editor www.eldia.com.do

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