Las actuales autoridades formales de Haití nunca han logrado tener control ni siquiera de la mayor parte de su territorio y la policía haitiana tampoco ha mostrado capacidad para controlar la violencia y la delincuencia.
Ese país está en el abismo y sus esperanzas de salir del mismo se alejan en la medida en que pasa el tiempo y no se materializan los planes de intervención por parte de una fuerza policial externa organizada por las Naciones Unidas.
Ya resulta hasta ocioso decir que “la crisis se agrava en Haití”, porque pareciera que nada podría ser peor, pero sí lo puede ser, especialmente desde la óptica de la República Dominicana.
En los últimos días se han producido numerosos episodios violentos dirigidos por bandas de las que controlan a Haití. Su reclamo es la salida del poder del primer ministro Ariel Henry, quien debió dirigir la organización de elecciones en febrero pasado para escoger autoridades legítimas, pero eso no ocurrió.
Uno de los sucesos fue la toma de la principal cárcel de Puerto Príncipe, donde guardan prisión varios de los principales criminales de ese país, incluyendo a imputados por el asesinato del presidente Jovenel Moïses.
República Dominicana no puede bajar la guardia ni un momento y mantener una vigilancia estricta en la frontera, aunque vale preguntarse ¿Hasta cuándo?
