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Haití en un profundo abismo

Patricia Arache
📷 Patricia Arache

Es una realidad sobre la cual todo el mundo parece estar de acuerdo: Haití se hunde cada vez más y gran parte de su clase política actúa como si no se diera cuenta de la gravedad de las cosas.

Cada quien hala para su lado y nadie propone una salida a lo interno, que es la primera respuesta que demanda una situación socioeconómica e institucional como la que se registra en el país más pobre del continente americano.

El índice de desarrollo humano (IDH) de Haití en 2022 fue de 0.552, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que, a partir de esos datos, ubica la esperanza de vida de los haitianos en apenas 63.95 años de edad.

La renta per cápita estimada en Haití, de acuerdo a la misma agencia, fue de 1,219 dólares en el período 2023-2024, lo que revela una economía deprimida y en franco deterioro; casi diez veces menor que la de República Dominicana, que se coloca en 11, 556.9, con tendencia hacia el crecimiento sostenido.

Es obvio que esa diferencia abismal no es sólo una estadística, sino también una manifestación de cómo las condiciones estructurales, que en los últimos 40 años han sido las peores en Haití, determinan el acceso a salud, educación, empleo, seguridad, estabilidad, en fin, vida.

República Dominicana ha consolidado un crecimiento económico sostenido con inversiones en infraestructura, turismo, comunicaciones y zonas francas, pero Haití permanece atrapado en una espiral de fragilidad institucional y emergencia humanitaria, consecuencia de una vieja debacle política que se incrementó con el asesinato del presidente Jovenel Moïse, el 7 de julio del año 2021, en su propia residencia.

Por supuesto que esa realidad no es para que alguien tenga que regocijarse en el ególatra sentido de que un país sea mejor que el otro; al contrario, es para que se produzcan reflexiones más allá de los discursos constantes y, a veces, altisonantes que surgen desde distintos escenarios nacionales e internacionales.

Cuando, en junio del pasado año 2024, llegó a Haití la denominada Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad (MMAS), liderada por Kenia, con 400 policías, comentamos que el tema de la vecina República de Haití no es un asunto de hombres armados.

Se trata de un gravísimo problema estructural y sistémico que tiene que generar voluntad política, profundos análisis, finas estrategias, toma de decisiones informadas, de recursos financieros, muchos recursos financieros para mitigar los efectos del desguañangue histórico de esa nación.

Hoy, después de un año del inicio de la MMSS, que cuenta con respaldo de las Naciones Unidas, el propio comandante de las tropas, general keniano Godfrey Otunge, pasa revista al proceso y concluye en forma frustrante, porque no han podido alcanzar ninguna de las metas propuestas y, lo peor de todo es que sigue la violencia y la barbarie en las calles de Haití, como el pan de cada día de la gente.

De acuerdo a lo proyectado, a la fecha la misión debía contar con 2, 500 hombres, pero todavía no alcanzan ni siquiera los mil y sólo cuentan con 991 efectivos.

El general atribuye la reducida efectividad de la misión a “recortes presupuestarios, demoras logísticas y a la falta de compromiso internacional”, lo que es una indiscutible realidad que, sumada a la ausencia total de interlocutores haitianos, que es la espina dorsal del problema, pronostica el peor de los fracasos y la profundización del colapso de esa nación caribeña.

Estados Unidos, potencial principal financiador de la misión, ha congelado parte de los recursos asignados, debido a desacuerdos internos sobre el liderazgo de la operación y el uso de fuerza en terreno, lo que genera mayor preocupación en República Dominicana, que no sólo tiene la voz cantante en los escenarios internacionales a favor de una solución en Haití, sino que, además, corre los mayores riesgos de que el desastre haitiano repercuta en forma visceral en este lado de la frontera.

Cifras actualizadas de la ONU revelan que más de 1.3 millones de personas se encuentran desplazadas dentro de Haití a causa de la violencia y que las bandas armadas controlan puertos, rutas y barrios enteros de Puerto Príncipe, donde ni la policía local ni la MSS logran intervenir eficazmente.

Hospitales cerrados, escuelas tomadas y escasez de alimentos son las escenas visibles de una crisis humanitaria prolongada, que se profundiza con cada semana sin refuerzo.

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