Los acontecimientos en Haití parece que ya no causan sorpresa, sin importar su magnitud, y cuando se piensa que puede aparecer una piedra que detenga su caída institucional, suele ser pulverizada por la realidad.
Aunque el foco mundial se había desviado en el entendido de que en cualquier momento la fuerza multinacional entraría en auxilio de esa nación, lo cierto es que se está en un limbo cuya definición no anda clara.
Se ha puesto sobre los hombros de una nación africana el liderazgo de esa fuerza especial, Kenia, pero hasta ahora al Gobierno de ese país le ha resultado muy difícil superar las trabas institucionales internas para poder materializar sus buenos deseos para con Haití.
La comunidad internacional, con Estados Unidos y Canadá a la cabeza, parece haber puesto toda su confianza en Kenia para encabezar la fuerza de intervención en Haití como ayuda a su necesaria pacificación y se han olvidado los planes alternativos.
La situación interna en Haití sigue agravándose, aunque el foco público se haya desviado. El control de las pandillas se ha consolidado, el Gobierno está más débil y ahora se le suma una agitación adicional dirigida por el exconvicto Guy Phillipe.
Todo esto sigue marcando un reto para República Dominicana, país que después de Haití es el más afectado por la crisis interna haitiana.
Los haitianos han demostrado una gran incapacidad para afrontar sus problemas y su liderazgo político sólo se ha superado en irresponsabilidad y corrupción.
La diplomacia dominicana se ha mantenida activa con el caso haitiano y así debe mantenerse. Cansarse no es una opción.
Haití es una bomba que ya está en explosión.
Si no se toman medidas inmediatas, el daño podría ser irreparable, con efectos negativos en toda la región y de niveles catastróficos para República Dominicana.